Léodile Béra

sábado, 30 de abril de 2022

La guerra de Putin y la resistencia ucraniana

Por Jesús Jaén Urueña

Contra su Dios bárbaro, la Humanidad y la Justicia. Contra su Jerarquía, la Igualdad. Y como base y medida, el individuo humano.   (Léodile Béra)

 “El género humano ha de madurar de una vez por todas. Hemos de reconocer que el “otro” somos nosotros mismos”  (E.P. Thompson)


La guerra de Putin y la resistencia ucraniana

Cuando escribimos estas líneas se cumple más de un mes desde el inicio de la invasión del ejército ruso en territorio ucraniano. La destrucción de ciudades como Kiev, Járkiv, Odesa, Mariúpol, etc; se unen a las zonas ya ocupadas en el 2014 como la península de Crimea, o las dos repúblicas (Donetsk y Lugansk) en la región de Donbás. Hace unos días el Estado Mayor ruso anunció que se centraría en la zona del Donbás. Sin embargo al día siguiente bombardeó la ciudad de Lviv (a 80 km de Polonia). Una vez más, el gobierno de Putin, utiliza una información falsa para atacar a la población civil. En este artículo analizamos las causas y consecuencias de esta invasión. También nuestras propuestas y los nuevos escenarios internacionales que se han abierto. Por supuesto, lo hacemos desde una perspectiva no neutral, sino desde la defensa de la población agredida y un compromiso con unos valores que han sido aplastados por una maquinaria de guerra brutal.

“Podríamos perder Ucrania”

Esta es la frase que Stalin dirigió a Kagánovich en agosto de 1932 cuando se percibe que la colectivización forzosa está resultando un fracaso y la población ucraniana se está levantando en armas. Mucho antes las guerrillas campesinas del anarquista Majno habían plantado cara indistintamente a los ejércitos blanco y soviético. La historia de Ucrania en los últimos cien años está llena de revueltas y rebeliones frente a diferentes ejércitos, uno de ellos la Wehrmatch en 1941 Pero seguramente nada comparado con el tristemente conocido Holodomor, donde a comienzos de los años 30, Stalin, dejó morir de hambre a 4,5 millones de campesinos a los que acusó de kulaks (campesinos ricos). La hambruna y la represión fue de tal magnitud que la desesperación llevó a familias a comerse a sus propios miembros fallecidos.

Putin no ha llegado aún a esos niveles, pero sus crímenes de guerra y la amenaza con utilizar armamento nuclear, le sitúa como un digno heredero de Stalin. Putin ha desencadenado una guerra bajo excusas geopolíticas o afrentas históricas. Nada de eso tiene la menor credibilidad cuando se aplasta ciudades enteras y se somete a la población a un sufrimiento continúo. Si el llamado “Espacio Vital” (concepto también usado por Hitler respecto a las fronteras alemanas) consiste en someter a otras naciones; entonces, de lo que estamos hablando no es de defender fronteras, sino de anexionar territorios a un proyecto imperial gran ruso.

Un proyecto político que solo puede tener éxito desde el sometimiento de su propio pueblo. Putin ha ido cercenando libertades y derechos; creando un nuevo régimen político autoritario. Un régimen que se sostiene sobre una economía exportadora de materias primas, una concentración del poder en manos de una oligarquía, los aparatos de seguridad del estado y del ejército, y en la cumbre de la pirámide un bonaparte.

Durante los últimos meses Putin mantuvo un ejército de unos 200.000 efectivos en las fronteras que se alargan desde Ucrania, Bielorrusia y Rusia. El 24 de febrero invadió Ucrania pero el plan no salió como pretendía. No consiguió una guerra relámpago al estilo de la Wehrmacht el 1 de septiembre de 1939 en Polonia. La guerra de Putin se estancó en las principales ciudades ucranianas y, en lugar de Varsovia; Kiev, empezó a parecerse mucho más a Madrid y Barcelona sitiadas por el fascismo desde 1936; o a la heroica resistencia de Stalingrado donde las defensas rusas aguantaron las embestidas del sexto ejército alemán de Paulus. Finalmente Hitler fue derrotado en su campaña contra Rusia y con ello cambió el signo de la guerra.

La desigualdad de fuerzas militares entre un bando y otro ha dibujado una guerra asimétrica. Pero sobre el terreno -en toda guerra- no solo cuentan las armas y los combatientes, sino la moral de las tropas y la identificación de los protagonistas con la causa por la que luchan. En ese sentido, y solamente en ese sentido, la superioridad de las fuerzas y las milicias ucranianas es mucho mayor. Si Putin pensaba que el ejército ruso entraría por las calles de Kiev como entraron en Budapets en 1956 o Praga en 1968, podemos decir que el Estado Mayor ruso ha cometido un fallo estratégico. Lo que no quiere decir que el sufrimiento, el hambre y la brutal destrucción a la que está siendo sometida Ucrania no acabe con su tenaz resistencia. La ciudad de Mariupol (aún en poder del gobierno de Zelenski) está destruida como lo estuvo Alepo (Siria). De la guerra relámpago se ha pasado a la guerra de devastación total.

La doble naturaleza de la guerra de Putin

Desde el 2014 las falsas banderas o la bandera rusa ondea sobre territorio ucraniano (Crimea y Donbás). Se trata de una guerra donde hay un ejército invasor y una población ocupada. El apoyo de millones de rusos a Putin no cambia la naturaleza de esta agresión. El mismo nacionalsocialismo alemán contaba con un apoyo político abrumador entre la población del III Reich. Putin representa un proyecto imperial que actúa como un gendarme de su zona de influencia interviniendo en Tayikistán, Bielorrusia . Lo que pretendía en Ucrania en un primer momento era poner un gobierno títere como el de Lukashenko.

La liquidación de toda protesta es condición sine qua non. Putin además de exterminar a sus oponentes, ha ilegalizado una organización no gubernamental como Memorial (que intentaba restablecer la verdad sobre la historia del estalinismo en la URSS abriendo los archivos secretos del Kremlin). Con ello, la camarilla que gobierna Rusia, no sólo mantendrá su control sobre el presente, sino también sobre la historia y, por lo tanto, sobre el pasado. Ya sabemos que en todas las guerras el control del discurso histórico o cultural es un arma tan poderosa casi como los misiles. De hecho uno de los argumentos que ha utilizado el gobierno ruso, es su intención de desnazificar Ucrania; cuando es más que obvio que la representación política de la extrema derecha en Ucrania es insignificante, mientras que en Rusia cuenta con un amplio apoyo social ( el PLD de Zhirinovski tiene 23 diputados).

Nadie puede asegurar categóricamente cuáles son los objetivo de Putin. Si es verdad o no, que los mandos militares rusos están preocupados por el despliegue de tropas de la OTAN. No negamos que eso pueda ser así, ni tampoco concedemos la más mínima credibilidad a los discursos de los jefes de la OTAN sobre sus supuestas buenas intenciones. La OTAN es una organización militar dirigida por mandos de los Estados Unidos. Una organización que forma parte esencial de la configuración militarista de un mundo que parece encaminado al rearme y, lo que es mucho peor, a una crisis que podría ser letal para toda la humanidad. Pero la mayor paradoja es que esta guerra está fortaleciendo esa alianza militar que, hace unos años, languidecía sin el apoyo del anterior presidente, Donald Trump.

Sin embargo, en nuestra opinión, el verdadero temor del régimen autoritario ruso, es el posible contagio de su población con el ejercicio de las libertades democráticas, los derechos de las mujeres, de las lesbianas y homoxesuales (a los que Rusia Unida y el patriarca de la Iglesia ortodoxa -Wladimir Mijailovich Gundiáyev- califican de degenerados y decadentes). El temor de Putin es a la libertad y a un modelo de vida que, en toda su decadencia capitalista, sigue siendo más atractivo para una población que vive en ciudades como San Petesburgo o Moscú. Como decía en una entrevista realizada el 30 de enero para El País, el filósofo alemán Peter Sloterdijk “el estilo de vida ruso no tienen ningún encanto... Hasta la decadencia europea es aún lo más atractivo que hay en el mundo como forma de vida”. Por supuesto que se trata de una visión sesgada y liberal la del filósofo, pero encarna seguramente el pensamiento de millones de jóvenes rusos.

Según cuenta la escritora conservadora Anne Applebaum en su libro “La Hambruna roja” escrito tres años antes de esta invasión:

“... El actual gobierno ruso también cree que una Ucrania soberana, democrática, estable y unida al resto de Europa mediante vínculos culturales y comerciales supone una amenaza para los intereses de los líderes rusos. Al fin y al cabo, si Ucrania se vuelve demasiado europea -si consigue que parezca que se ha integrado con éxito a occidente-, los rusos pueden preguntarse por qué no lo pueden hacer ellos. La revolución popular que estalló en Ucrania en 2014 representó la peor pesadilla de la cúpula dirigente rusa: jóvenes que pedían un Estado de derecho, que denunciaban la corrupción y ondeaban banderas europeas.... Al igual que en 1932, las constantes menciones a la guerra y a los enemigos siguen resultando útiles a los líderes rusos, que no pueden explicar el estancamiento del nivel de vida ni justificar sus privilegios, su riqueza, su poder. “

El escritor Jonatthan Littell en una carta a sus amigos concluía: “Así que no tenéis elección. Si no hacéis nada, ya sabéis como acabará. Ahora es el momento de vuestro propio Maidán. Sed inteligentes, sed estratégicos y encontrad la manera de hacerlo realidad.”

En nuestra opinión la lucha del pueblo ucraniano se debe a dos causas. Por una parte es una guerra de liberación nacional para impedir que las tropas rusas se hagan con una parte o con todo el territorio de Ucrania. La identidad nacional ucraniana, si bien no es nueva, se ha desarrollado mucho tras el 24 de febrero. El segundo factor es la aspiración a unas condiciones de vida que una mayoría de ucranianos identifican con Europa y a la posibilidad de prosperar al amparo de la UE y no de Rusia. A muchos de nosotros, que sabemos que el capitalismo es fuente de desigualdad y de explotación, o que vivimos un día a día de recortes a nuestros derechos o libertades, nos puede parecer mera ilusión; pero la mirada desde el Este no es la misma que la mirada desde el Oeste.

Todo esto nos hace recordar los sucesos y las causas de la caída del Muro de Berlín en 1989 o el derrumbe de la URSS un año más tarde. El éxodo de ciudadanos de la RDA a la RFA y los festejos en numerosas capitales que habían pertenecido al Pacto de Varsovia. Hasta donde nos da la comprensión de tales acontecimientos encontramos lógicas esas esperanzas, aunque no compartamos todas esas ilusiones y con el tiempo se vayan desvaneciendo, nada hay peor que una dictadura que además te condena a vivir sin medios Cuando los muros, los gobiernos o los estados son derribados por la acción de millones de personas en las calles, no hay mucho lugar al debate. Solo podemos interpretar que se trata de una necesidad.

El ser humano tiene derecho a elegir libremente sin imposiciones ni ejércitos de ocupación. Tiene derecho a elegir las libertades frente a la opresión; los derechos sociales frente a la miseria; el futuro de sus hijos frente al pasado de sus padres. Tiene derecho incluso a equivocarse (siempre y cuando alguien no lo haga en su nombre). La Unión Europea es una alianza de países capitalistas y por lo tanto no es un “paraíso socialista” (eso ya lo sabemos); pero en estos momentos, lo que también sabemos es que Ucrania se ha convertido en un infierno por obra y gracia de la invasión rusa. Que la mayoría de los ucranianos se sientan europeos, forma parte hoy de un sentimiento mas parecido a la búsqueda de la libertad política o la igualdad económica, que a los prejuicios de una determinada izquierda sobre la que volveremos más tarde.

Queremos que Ucrania sea libre y pueda decidir su destino

Compartimos con la gran mayoría de la población ucraniana sus deseos de libertad y su sufrimiento. Por eso estamos a favor de una Ucrania libre y soberana que decida sobre su destino y su pertenencia a la Unión Europea o cualquier otra organización económica, política o militar.

Para que ello sea posible nos unimos a todas las voces que están exigiendo la retirada inmediata de las tropas rusas de todos los territorios, incluidos aquellos anexionados por la fuerza en 2014: Crimea y las autoproclamadas repúblicas situadas en la región de Donbás.

Deseamos la victoria sobre los ejércitos de Putin y apoyamos el envío de armas a las fuerzas y milicias que están defendiendo a Ucrania del ejército de ocupación.

Condenamos los actos criminales de los militares rusos sobre la población civil, el bombardeo indiscriminado en las ciudades y a las caravanas que intentan llevar ayuda humanitaria. Los gestos de solidaridad internacional de las sociedades europeas (más allá de sus gobiernos) son un síntoma de humanidad que nos recuerda las primeras semanas de la pandemia de la covid 19. Estamos a favor de la apertura de fronteras y la acogida de los millones de refugiados (sean ucranianos o de cualquier nacionalidad, raza o color de piel).

La guerra en Ucrania nos ha vuelto a situar a la humanidad frente a los espejos del pasado y del futuro. El recuerdo de las guerras que devastaron Europa y el mundo, que costaron millones de muertos o la destrucción de países. La amenaza de Hirosima y Nagasaki también está presente. Putin ha amenazado con utilizar armamento nuclear y la OTAN mantiene cientos de misiles en las fronteras terrestres o marítimas. El bombardeo el 4 de marzo de la central de Zaporiyia por artillería rusa es una señal alarmante. La posible utilización de armas químicas contra la población civil otra más.

El armamento nuclear debería haber desaparecido hace muchas décadas, pero las potencias centrales disponen de artefactos capaces de acabar con todo vestigio de vida sobre la Tierra. Que estemos a favor del derecho a la defensa del pueblo ucraniano no disminuye nuestra oposición a un armamento que en caso de usarse, pondría el reloj de la civilización en cuenta atrás. Como en los años ochenta del siglo pasado nuestra perspectiva es la de los movimientos por la paz; es decir, la Opción Cero o lo que es igual la destrucción todo el armamento nuclear. Como decía Oppenheimer (padre de la bomba atómica), una vez que vieron los primeros ensayos en Nuevo México: “Ahora me he convertido en la muerte, el destructor de mundos”

Pero la ocupación de Ucrania no puede ser repelida solo con solidaridad y corredores humanitarios. Por ello el pueblo ucraniano ha decidido empuñar las armas. Hoy el mayor acto de justicia es rechazar la lógica anexionista, bravucona y totalitaria de Wladimir Putin. Lamentablemente, este es uno de esos momentos, en los que a una invasión injusta hay que responder con una resistencia armada.

Sobre las ruinas de Mariupol, Kiev o Jarkiv, se escribe una página contra una guerra que tiene al mundo en vilo.

La izquierda atrapada en sus laberintos

Como ya ocurriera en las guerras de Bosnia o Siria, diversas organizaciones de izquierdas han vuelto a tropezar en la misma piedra. En este caso su razonamiento comienza con un argumento equivocado. Según ellos, la guerra en Ucrania, es un conflicto interimperialista provocado por el expansionismo de la OTAN y el militarismo defensivo de Rusia. Por lo tanto, la naturaleza de esta guerra sería similar a 1914. En el fondo, lo que dicen es que se trata de un conflicto de intereses no solo entre potencias y estados capitalistas, sino entre fracciones del capital internacional.

Pero esta línea de argumentos es insostenible a no ser que prescindamos de la realidad concreta o, como diría Lenin, del análisis concreto de la situación concreta. La OTAN podrá ser una organización militar al servicio de los Estados Unidos o de estados europeos, pero hasta el día de hoy, se ha negado a participar en la guerra. Contra la voluntad expresada por el gobierno de Zelenski, la OTAN no tiene la menor intención de participar en ninguna guerra, escaramuza o liberar el espacio aéreo ucraniano, como no la hay de mandar cascos azules de la ONU.

En segundo lugar se obvia lo esencial. El 24 de febrero las tropas de Putin invaden desde el norte, el este y el sur, gran parte del territorio ucraniano. Por lo tanto es una guerra de agresión. Una invasión de un potencia militar central a un país soberano. La analogía histórica no puede ser con 1914, sino con 1939 cuando Hitler invadió Polonia. En ese sentido, y en las características del régimen político ruso, las similitudes son mayores con la II guerra mundial que con la primera.

En tercer lugar se equivocan aquellos que solo ven en los conflictos armados, la mano negra del capital; o lo que es igual, razonan de una manera excesivamente economicista y simplista. Una cosa es que el capital o grupos capitalistas puedan tener intereses en una guerra o sacar beneficios cuando ésta se ha desencadenado, y otra muy distinta, que hagamos una teoría de la conspiración en la que todo parece estar preparado por una mano oculta. En la guerra del Golfo o de Irak, los Estados Unidos, tenían intereses económicos y militares muy claros. El petróleo, la industria de armamento, las grandes empresas de seguridad privadas; además de fines geoestratégicos. Sin embargo, la invasión de Ucrania por Rusia no parece responder a ese modelo, sino más bien a un proyecto imperial gran ruso de restablecer las fronteras de la URSS y acabar con la penetración occidental en sus fronteras. Hay numerosas ocasiones en que el capital se ve obligado a subordinarse a la autonomía de un poder político que prevalece sobre los grandes grupos industriales o financieros. Este fue el caso de la Alemania nazi o de otros países capitalistas (como por ejemplo hoy en China con la supremacía del PCCH), donde las instituciones políticas se elevan por encima de los grandes capitalistas y les arrastran a una guerra no deseada. En el caso de la Rusia de Putin no creemos que los grandes oligarcas estén entusiasmados con la invasión y, mucho menos, con las sanciones que les han impuesto desde la UE o Estados Unidos.

En consecuencia esta es una guerra esencialmente política que ha sido justificada por Putin con argumentos histórico-culturales (como hizo el nazismo en 1939). En aquella ocasión el conflicto trascendía a los intereses de clase de los grandes grupos capitalistas (otra cosa diferente es el apoyo y los beneficios que les reportan las guerras a los capitalistas). La II guerra mundial fue un conflicto en donde se mezclaron al menos tres situaciones distintas. Una guerra entre países capitalistas con intereses confrontados. En segundo lugar, una guerra entre el nazismo y las democracias liberales. Y en tercer lugar una guerra entre el nazismo y el primer Estado burocrático surgido de la revolución rusa. Y en el transfondo de estos tres conflictos: una guerra de barbarie contra la civilización capitalista en la que de haber vencido aquellos, se hubiera planteado la perturbadora distopía de una nueva civilización basada en la supremacía de la raza aria.

El papel de la OTAN en el entramado de esta guerra no es menor ni mucho menos, pero no es la organización agresora, como tampoco lo fue Putin cuando Estados Unidos invadió Irak o Afganistán. Seguramente la inmensa mayoría de los ucranianos comparten -con su presidente a la cabeza- la propuesta de que intervenga la OTAN de una u otra manera (en estos momentos toda ayuda les debe parecer poca). Si no nos sumamos a esa propuesta, no es por la naturaleza política de la OTAN, sino porque el conflicto nos llevaría posiblemente a un escenario catastrófico. Todo ejército al servicio de una potencia capitalista no puede ser distinto al Estado o Estados a los que pertenece (¿ sería posible un ejercito revolucionario en un país capitalista clásico?). Por lo tanto la cuestión no es esa, sino la función concreta que realiza. ¿Estaríamos en contra como socialistas e internacionalistas del desembarco en las costas de Normandía -para liberar a Europa del nazismo- aunque eran ejércitos “burgueses” hasta la médula y sus jefes militares Eisenhower y Montgomery? ¿Estaríamos también en contra de la ayuda militar a la II República por parte de países capitalistas como Francia o Inglaterra en 1936 si la hubiesen dado?

Nos queda un último argumento que es el que han enunciado los dirigentes de Podemos y otros grupos de izquierdas. Ellas y ellos nos han planteado que lo fundamental para frenar la guerra es la diplomacia. ¿Pero acaso no se están explorando diferentes vías diplomáticas? Podemos y una parte de la izquierda ha mostrado una actitud equidistante entre agresores y agredidos en nombre de la Paz. Una actitud que hace abstracción de la realidad concreta. Esa izquierda parece que tiene dos varas de medir los conflictos internacionales. Cuando está implicado “el imperialismo norteamericano o la OTAN”, se transforman en fervientes antimperialistas; pero cuando está implicada Rusia o China se convierten en defensores de la paz y la neutralidad. Es el reverso de las derechas, que apoyan las guerras de Estados Unidos y la OTAN, y denuncian las de Rusia. ¿A qué se debe? En nuestra opinión es la cultura política del “campismo” y los bloques de la guerra fría. Una estructura de pensamiento que no les deja pensar objetivamente y mirar la realidad frente a frente poniendo como único punto de partida donde está el agredido y donde está el agresor.

¿Se está configurando un nuevo orden internacional?

Aun es muy pronto para sacar conclusiones pero es obvio que el mundo se está moviendo a una velocidad inusitada en las últimas semanas. Lo que suceda en esta guerra será sin duda determinante para el orden mundial. Algunos analistas han señalado que está a punto de caer un nuevo telón de acero, o que la situación se asemeja al viejo orden salido de Yalta y Potsdam que dio origen a la guerra fría entre Estados Unidos y la URSS.

Lo que nos parece evidente es que las relaciones entre estados y potencias capitalistas surgidas tras la caída del muro de Berlín se ha trastocado. Un proceso que no resulta totalmente nuevo sino que se venía arrastrando desde hace unos años con el ascenso de China como potencia económica mundial. China a partir de un capitalismo regulado y dirigido desde el poder político estatal ha dado el salto hasta convertirse en la segunda potencia. Si en 1989-1990 el viejo orden dio paso a otro basado en la hegemonía global de Estados Unidos y sus aliados; esa realidad se ha ido erosionando con el ascenso de China y la decadencia norteamericana. Estados Unidos sigue siendo la principal potencia militar y económica del mundo pero los acontecimientos de Afganistán demostraron su declive. La UE es un gigante económico pero un enano político y militar. Rusia más bien al revés en comparación con Estados Unidos, China y la UE. El mundo parece haber entrado en estos días en los viejos dilemas de la guerra fría. ¿Es posible nuevamente una tercera guerra mundial con el uso además de armas nucleares que nos borrarían de la faz de la Tierra? Todo es posible y más que nunca evitable porque estaríamos ante un dilema existencial de nuestra especie.

De ahí la importancia de tomar una posición correcta contra la guerra de Putin. La amenaza de Putin es a Ucrania pero también es una amenaza global. No solo por el régimen autoritario que representa, sino por la incontinencia belicista que nos recuerda a épocas pasadas. En estos debates sobre la guerra hay argumentos geoestratégicos pero no nos parece lo más importante. Tiene que haber gentes que ante la guerra y la escalada militar defiendan los valores que están cada vez más en peligro. Las últimas crisis capitalistas en 2007 y la pandemia en 2020; están suponiendo el ascenso de los nacionalismos reaccionarios, los regímenes totalitarios, el negacionanismo, el machismo, y el cuestionamiento explícito de derechos democráticos y sociales. De alguna manera, esas batallas por las ideas también se están librando en Ucrania. Nosotros estamos al lado de los valores que defiendan más humanidad y no barbarie; más libertades y derechos democráticos y no dictaduras o autocracias; más igualdad y fraternidad y no más concentración de las riquezas, el poder o las ganancias. El socialismo es ante todo una serie de valores tanto políticos como morales que nos llevan a defender las causas de los explotados y oprimidos ya sea por discriminación social, de género, raza o pertenencia a cualquier tipo de cultura. Como se diría en términos kantianos, nuestra divisa es: “Debo, luego puedo”.

Madrid, 28 de marzo de 2022



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