Léodile Béra

domingo, 26 de junio de 2022

Lo que va de ayer a hoy en la lucha anti-OTAN


Gabriel Flores 

Este próximo fin de semana, una manifestación por la paz intenta recrear en Madrid el movimiento pacifista y anti-OTAN de los años 80 del pasado siglo. Se adoptan viejos ropajes y consignas convertidas en jaculatorias atemporales, fuera del contexto en los que surgieron y al margen de estos tiempos marcados por los desastres y mudanzas que está provocando la invasión militar rusa de Ucrania.

Los organizadores de esa manifestación y de la Plataforma Estatal por la Paz que quiere ser el contrapunto crítico de la posterior cumbre de la OTAN en Madrid encabezan su convocatoria con el memorable OTAN No, pero se olvidan de exigir el fin de la ilegítima e ilegal guerra que lleva a cabo el régimen de Putin o de ofrecer la más mínima muestra de solidaridad con el pueblo ucraniano

que está sufriendo una agresión bélica tan salvaje como la de todas las guerras pasadas, presentes y futuras. En la lucha contra la guerra cada momento tiene su afán y hoy ese afán pacifista no puede ni debe dar la espalda, como si no existiera, a la guerra en Ucrania.
Los promotores de la manifestación parecen desconocer la sustancia y el sentido de aquel transversal y masivo movimiento anti-OTAN que en los años 80 alentó un nuevo sentido común pacifista en el que la lucha por la salida de España de la OTAN y por el desmantelamiento de las bases militares estadounidenses en España se inscribía en una clara estrategia pacifista que propugnaba la neutralidad de España, con objeto de debilitar los bloques militares, y cuestionaba la lógica militarista compartida por la OTAN y el Pacto de Varsovia que presentaban la carrera armamentista y nuclear como un factor de paz.

Hoy, la injustificable guerra de agresión que lleva a cabo el régimen de Putin desde hace 4 meses ha conseguido que la OTAN dejara de ser el fantasma belicista armado hasta los dientes, pero desorientado y a la búsqueda de una nueva misión, en el que se había convertido tras la desaparición del bloque soviético para ser percibido por buena parte de la ciudadanía europea como un factor de orden y una alianza militar protectora frente al aventurerismo belicista ruso. Puede ser una percepción desenfocada o eso me parece, pero sus efectos en forma de miedos, odios y búsqueda de protección son reales. Es en este nuevo contexto abierto por la guerra en Ucrania en el que hay que situar la desesperada búsqueda de protección por parte de países europeos que no forman parte de la OTAN frente a una gran potencia militar que impone su voluntad mediante la fuerza de las armas en lo que considera su patio defensivo trasero y su zona de influencia y seguridad.


Si en el frente militar la pretensión del régimen de Putin es consolidar la soberanía rusa efectiva sobre los territorios ucranianos en disputa, lo que parece buscar en el terreno político es, además de agrandar las fracturas y disensos ya existentes en la Unión Europea, el desistimiento comunitario en defensa de la legalidad internacional y de la integridad territorial y la soberanía de Ucrania. Además de estos objetivos inmediatos, el régimen de Putin intenta recuperar la posición de Rusia como gran potencia militar mundial, con los privilegios que ello conlleva y la aceptación de la soberanía rusa sobre lo que considera su histórica zona de influencia, y resucitar un mundo dividido en bloques militares y embarcado en una nueva carrera armamentista.


A ese mismo cauce de aceptación política y social de los bloques militares y del militarismo como vectores de paz van, lo pretendan o no, las aguas que tratan de extraer los promotores de la manifestación en Madrid contra las guerras y la OTAN que da la espalda a la guerra concreta que lleva a cabo Rusia en Ucrania desde hace 4 meses. La atención de los organizadores de la manifestación se concentra exclusivamente en denunciar a la OTAN (y, de paso, a la UE). Malos mimbres para impulsar la movilización social contra la guerra. Pésima orientación para reclamarse herederos del movimiento anti-OTAN de los años 80. Nula contribución a la lucha contra la guerra que está destruyendo a Ucrania.


Una mirada tan estrábica sobre la compleja situación marcada por la guerra en Ucrania, que se ignora en esta convocatoria o, en el mejor de los casos, queda subsumida en un llamamiento contra la OTAN y todas las guerras habidas o por haber, no puede ser punto de encuentro de ninguna movilización de la ciudadanía que aspire a representar los deseos de paz de la mayoría de la ciudadanía y sus preocupaciones por los impactos económicos y sociales de esa guerra. Tras la manifestación y la contracumbre se harán muchas preguntas sobre las razones por las que la mayoría social progresista y de izquierdas no participa en una movilización que reclama la paz. Las respuestas, en este caso, son evidentes. Pero vayamos por partes y hagamos los distingos y desmenuzamientos argumentales básicos que marcan la distancia entre la agitación panfletaria y cualquier reflexión o análisis, por modestos que sean, como los que intentaré exponer en un sencillo artículo como éste.


De la lucha anti-OTAN a una nueva estrategia pacifista


En la primera mitad de los años 80 del pasado siglo, hace ya 4 décadas, el movimiento anti-OTAN generó y articuló una potente movilización pacifista de la ciudadanía. Se trataba de un nuevo movimiento social que abrió horizontes, perspectivas desconocidas hasta entonces y nuevas formas de entender y hacer política desde la ciudadanía y contando con la fuerza de la razón y los argumentos que destilaban organizaciones de base, abiertas y asamblearias que tuvieron la capacidad de articularse, tras 3 años de intenso trabajo cultural, organizativo y movilizador, en la Coordinadora Estatal de Organizaciones Pacifistas (CEOP), y de lanzar marchas y campañas masivas.


Aquel movimiento pacifista y anti-OTAN llegó a representar a una mayoría social que veía la entrada de nuestro país en la OTAN y la permanencia de las bases militares estadounidenses negociadas por el régimen franquista como un innecesario, arriesgado y evitable reforzamiento de la política de confrontación entre bloques militares y de una carrera armamentista que pretendía justificar el uso de la fuerza militar y convertir la amenaza nuclear en la forma exclusiva de evitar la guerra. La lucha por el debilitamiento y la desaparición de los dos grandes bloques militares que por entonces pugnaban por defender sus respectivos intereses, concepciones del mundo y zonas de influencia formaba parte también del núcleo central de objetivos y la cultura de la paz que alentaba el movimiento anti-OTAN.


La consistencia de la labor organizativa, movilizadora y cultural del movimiento anti-OTAN consiguió arrancar y concretar la celebración de un referéndum para que la ciudadanía se pronunciara a favor o en contra de la permanencia de España en la OTAN. Desgraciadamente, el movimiento pacifista no ganó el referéndum de 1986 ni tuvo suficiente capacidad de superar las zancadillas y las tretas que poderosas fuerzas nacionales e internacionales usaron a la hora de formular la pregunta sometida a referéndum y durante el desarrollo de las muy desiguales campañas en medios a favor o en contra de la permanencia en la OTAN; pero el resultado fue digno y la cultura pacifista que defendía el movimiento anti-OTAN arraigó profundamente en la sociedad española y se manifestó durante años en una oposición masiva a las aventuras militaristas en las que se involucraron los gobernantes españoles.


La desaparición de la CEOP y de la Comisión anti-OTAN de Madrid coincidió en el tiempo con la feliz caída del Muro de Berlín en 1989, que acabó arrastrando en su derrumbe a los sistemas de tipo soviético en Europa, a la propia URSS y, como consecuencia, a uno de los dos bloques militares, el Pacto de Varsovia, que había protagonizado la Guerra Fría. No fue ninguna conspiración externa ni un secreto plan imperialista para destruir el poder soviético. La implosión de los sistemas de tipo soviético fue consecuencia de sus propias insuficiencias e incapacidad de reformarse y responder a las nuevas exigencias de mayor bienestar y más derechos y libertades que reclamaban sus ciudadanías. Desde entonces, la OTAN dejó de tener sentido y se quedó sin ningún tipo de misión o justificación; lo que no supuso que dejara de involucrarse en nuevas y detestables aventuras belicistas que intensificaron su desprestigio social y reafirmaron las preguntas de para qué se prolongaba su existencia o qué misión justificaba su mantenimiento… hasta que llegó la invasión militar rusa de Ucrania.


Desconocer esta historia y estos hechos, tratar de sustituirlos por cuatro ideas simplistas y simplificadoras sobre la muy compleja e inestable situación actual que señalan como inequívoco y exclusivo enemigo de la paz al imperialismo estadounidense, sólo pueden llevar al descrédito de esta iniciativa a favor de la paz. La excesiva ideologización y parcialidad de la convocatoria, el olvido de la guerra en Ucrania, el alejamiento de las preocupaciones pacifistas que siguen siendo predominantes en la sociedad española y que muestran de forma incontrovertible su solidaridad con el pueblo ucraniano y su rechazo a la agresión militarista del régimen de Putin y el desinterés que muestra por los impactos económicos y sociales de la guerra sobre la economía española y los sectores sociales más vulnerables harán que la movilización anunciada pase sin pena ni gloria.


Nada de lo ocurrido en la salvaje agresión militar a Ucrania hace buenas la existencia de la OTAN o sus actuaciones en el pasado, pero cambia radicalmente el contenido y la expresión actuales de la lucha por la paz. Aunque solo sea porque la opinión de la mayoría de la ciudadanía europea y de los países de la UE no parece dispuesta a aceptar que se mire para otro lado cuando se está produciendo una guerra de agresión en Europa que intenta torcer la voluntad del pueblo ucraniano y desprecia la soberanía y la integridad territorial de un país europeo. La lucha por la paz no pasa exclusivamente por la denuncia de la guerra, abarca también la exigencia de un despliegue y reforzamiento de las políticas comunitarias encaminadas a proteger a los sectores sociales más vulnerables, acelerar la transición energética y la modernización de estructuras y especializaciones productivas que hagan inviables a medio plazo el chantaje al que quiere someter a la UE el régimen de Putin y transitar desde la dependencia de la protección militar que proporciona EEUU a través de la OTAN a una mayor autonomía estratégica y a unas políticas de defensa y seguridad específicamente comunitarias.


Los nuevos dilemas que debe abordar la lucha por la paz


La lucha por la paz en Europa no puede sostenerse hoy en el no a la OTAN; tampoco y en menor medida sobre la aceptación del rearme y el reforzamiento político, militar y social de la OTAN aprovechando el temor que genera el belicismo de gran potencia nuclear con el que pretende asegurarse su supervivencia el régimen de Putin. Se trata, antes bien, de consolidar un programa de defensa y seguridad específicamente comunitario que aspire a cotas crecientes de autonomía estratégica respecto a la OTAN y a EEUU. Aunque es obligado reconocer que la difícil concreción de la idea de esa autonomía se plasmará paulatinamente, no se dispone de un mapa que oriente las complejas tareas por hacer ni se puede tomar como punto de partida o de encuentro una ruptura inamistosa con EEUU que despertaría la oposición de una parte muy importante de la amplia gama de fuerzas políticas europeas que podría llevarla a cabo. Esa transición será muy compleja, llevará tiempo y será muy difícil de iniciar mientras se mantenga viva la guerra en Ucrania. Una razón más para intensificar los esfuerzos diplomáticos de la UE para conseguir cuanto antes un alto el fuego temporal, sin sacrificar la soberanía o la integridad territorial de Ucrania, que permita intensificar la búsqueda de una solución definitiva o, al menos, de un armisticio que aspire a convertirse en permanente.


El gran dilema de la lucha por un mundo en paz no está en elegir entre un solo Hegemon (un mundo unipolar) o en restaurar un mundo dividido en bloques militares en el que se respeten las respectivas zonas de influencia y decisión de las potencias hegemónicos en cada bloque. El afianzamiento de la paz mundial requiere del fortalecimiento de la legalidad internacional y de la constitución de instituciones multilaterales merecedoras del respeto internacional, porque demuestren su capacidad de hacer respetar unas reglas acordadas y suficientemente flexibles, proteger los derechos y la soberanía de todos los países y, al tiempo, conjugar los contradictorios intereses en juego en la comunidad internacional. No se trata de tener más o menos bloques militares sino de construir instituciones multilaterales efectivas en la defensa de los derechos y libertades de todas las naciones y todos los seres humanos.


La gran tarea pacifista del momento no es posicionarse en contra de la OTAN. Tampoco, en ser profetas adelantados de las catástrofes sin fin que se avecinan por culpa de la OTAN… o del régimen de Putin. Ni siquiera, en pergeñar en un folio en blanco un esquema verosímil del nuevo orden mundial por nacer, del que desconocemos casi todo, incluso si supondrá un cierto orden. La tarea, en primer lugar, es tratar de entender las nuevas fuerzas y corrientes profundas que actúan y seguirán actuando al margen de la voluntad o los deseos de poderes políticos o económicos que pueden influir en su orientación, pero no pueden dominarlos ni dirigirlos a conveniencia. La tarea pacifista crucial es oponerse a una restauración del viejo y felizmente desaparecido orden mundial de los años 80, frenar el desarrollo de las tendencias belicistas y militaristas y favorecer los escenarios en los que el peso de la cultura de la paz, las posibilidades de negociación, la defensa de la legalidad internacional y los derechos humanos tengan la mayor relevancia posible.


No se trata tanto de soñar o imaginar como de impulsar que la ciudadanía y, especialmente, los sectores sociales progresistas utilicen la inteligencia política existente y la acción política democrática para defender los derechos humanos, la democracia y las libertades esenciales y para impulsar y afianzar las tendencias y las reglas e instituciones multilaterales que hagan posible la resolución pacífica de los conflictos. Nada que ver con lo que hoy predomina en la escasa reflexión política existente, en una acción política tantas veces improvisada y a la búsqueda permanente de resultados inmediatos o en la proliferación de relatos justificativos que tratan de encubrir y aminorar el desgaste provocado por los impactos de las malas decisiones tomadas.


De la tragedia a la farsa


Marx decía en alguna parte, aceptando y prolongando una idea de Hegel, que la historia suele repetirse dos veces, la primera como tragedia, la segunda como farsa. Y, efectivamente, como apuntaba Marx, se pueden encontrar numerosos casos y personajes históricos en los que así ha sido, aunque no conviene convertir esa intuición o hipótesis en una más de las inexistentes reglas históricas, porque es poco más que un comentario cargado de malevolencia contra algunos de los personajes que Marx detestaba.


Esa conversión de la tragedia en farsa o algo así parece estar dándose en la nueva situación geopolítica surgida con la guerra en Ucrania o desvelada por la invasión militar protagonizada por el régimen de Putin. Una pequeña parte de la decaída y vieja izquierda recupera ropajes, consignas y banderas de hace 40 años y de un mundo felizmente desaparecido para tratar de abordar y entender el nuevo mundo y el nuevo orden que siguen sin nacer. Los llamamientos por la paz, que deberían servir para abordar con creatividad, realismo y apertura de expectativas y horizontes la compleja situación del orden mundial, afrontan con cortedad y parcialidad de miras e ideologización extrema que atrincheran a sus partidarios en ropajes, banderas y consignas de un pasado que ya no existe y que de nada sirven para promover una nueva estrategia y acción pacifistas que permitan vincularse a la mayoría social, activar sus deseos de paz y ofrecer respuestas políticas a los graves problemas existentes.


Nada de lo visto hasta ahora en este llamamiento de una parte de la izquierda a participar en la manifestación en Madrid contra las guerras y la OTAN permite ser optimista sobre la capacidad de cambio de una izquierda que se muestra impermeable a lo nuevo y se niega a abandonar ideas y concepciones que no sólo no sirven de nada, sino que la alejan de la ciudadanía y las expectativas y problemas de la mayoría social. Se sitúan así en posiciones políticas e ideológicas marginales desde las que nada pueden cambiar o en nada pueden influir. Ojalá caigan en la cuenta antes de que los nuevos tiempos terminen arrasándola.












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