Léodile Béra

domingo, 17 de julio de 2022

Horizonte climático juvenil en la excepción ibérica



Este artículo ha sido publicado originalmente en la revista Viento Sur

Matilde Alvin | Gil Hortal


El pasado 15 de junio entraba en vigor en España el tope del gas, un mecanismo que los gobiernos español y portugués consiguieron arrancar a la Comisión Europea con tal de reducir el coste final del precio de la luz. El fundamento de la concesión por parte del organismo supranacional yace en la denominada excepción ibérica, que viene a reconocer que nuestra península presenta una serie de particularidades que la distinguen del resto de territorios europeos con lo que respecta a materia energética. Parece que la aplicación de esta medida, en lugar de quedar en una excepción temporal a la sagrada unidad del libre mercado comunitario, puede sentar un precedente lo suficientemente sólido como para abrir un debate acerca del mercado energético comunitario. La misma Ursula Von Der Leyen, Presidenta de la Comisión Europea, sorprendió hace pocas semanas al manifestar la necesidad de reformar un mercado eléctrico cuyo funcionamiento responde al contexto económico de hace veinte años.

Es innegable que la apertura de este debate está estrechamente vinculada a la invasión de Ucrania por parte de Putin y a las consecuencias que la misma está teniendo en el seno de la Unión. Sin embargo, es necesario estudiar los acontecimientos desde una óptica mucho más amplia. Hablar de energía en pleno siglo XXI implica abordar cuestiones tan trascendentales como el cambio climático, el fin de los combustibles fósiles o la ineludible transición energética, que, al fin y al cabo, ya se encontraban en la agenda de muchos movimientos sociales antes del inicio de la guerra.

Han pasado poco más de tres años desde que jóvenes de todo el planeta protagonizaron un movimiento que puso en el centro de la opinión pública todas estas cuestiones y, en concreto, la problemática de la emergencia climática. A la vista de los hechos, creemos que nadie discutirá que aquel ciclo marcó un punto de inflexión, aunque no por ello se pueda decir que sus demandas hayan tenido éxito. De hecho, la realidad es que sus resultados están lejos de ser satisfactorios. En estos años, en los que el advenimiento de una pandemia ha transformado notablemente el contexto político, la mayoría de las instituciones han absorbido y asimilado la retórica de la lucha contra el cambio climático, pero la traducción en hechos de este vocabulario es prácticamente nula, con el resultado de haber anulado buena parte del potencial transformador de aquellas reivindicaciones.

Como hemos señalado, en la actual coyuntura también se habla de energía y clima, aunque por motivos totalmente distintos. En este sentido, cabe preguntarse cuál es el papel de lo que queda de aquella ola juvenil y cuáles son los pasos a seguir para que la lucha por la Justicia Climática recupere el músculo que exhibió hace escasos años. Ello no es solo una condición esencial para llevar a cabo los cambios políticos que exige el desafío del cambio climático, sino también para que estas transformaciones se hagan de forma justa, igualitaria y protegiendo los intereses de las mayorías sociales.

Esta es una pregunta que movimientos juveniles de distintas partes del mundo nos hemos hecho a lo largo de los últimos meses. Uno de los principales espacios donde ha tenido lugar este debate fue la V edición de los Encuentros Internacionales Ecosocialistas en Lisboa, que alojó una sesión específicamente dedicada a la cuestión (“Youth movement: radical and ecosocialist”). De entre las conclusiones a las que se llegaron en dicho foro, hay que destacar la constatación de la necesidad de otro momento de auge de los movimientos, desde el convencimiento que los grupos estudiantiles tenemos la semilla y el coraje para impulsarlo, tendiendo la mano al resto de agentes que se enfrentan al capitalismo y sus distintas formas de opresión. Sin embargo, nuestra interpretación no se agota con esta constatación, sino que también la expresamos siendo muy conscientes de que hay que ser más radicales y confrontativos, no tanto en nuestras demandas, sino en nuestras tácticas. Hay que apostar por estrategias de movilización que nos permitan escalar el conflicto, visibilizando las contradicciones de la transición energética de las élites y la industria fósil mientras luchamos por los cambios políticos estructurales que necesitamos.

Precisamente bajo esta lógica se están organizando por todo el mundo ocupaciones de escuelas y universidades que tendrán lugar el próximo otoño. En el foco de las demandas se halla el desmantelamiento de la economía fósil, una premisa que cada territorio ha ido adaptando a su realidad particular. El movimiento internacional “End Fossil: Occupy!” llama a los estudiantes a ocupar sus institutos y universidades invocando el espíritu de las huelgas por el clima, pero tomando un paso adelante haciendo escalar el nivel de tensión. No sólo no vamos a la clase, sino que ocupamos las clases y las impartimos.

Que nuestro planeta esté en llamas tiene unos claros responsables: la industria fósil y los gobiernos cómplices. En esta convocatoria, cada país o contexto puede subsumir sus propias sensibilidades en el marco de la impugnación del modelo fósil. Todo el mundo está invitado a participar y ocupar siguiendo los 3 principios: ocupaciones lideradas por la juventud, marco de justicia climática, y ocupar hasta ganar las respectivas reivindicaciones. La juventud del movimiento por la Justicia Climática de Alemania, Canadá, Estados Unidos, México, Perú, Costa de Marfil, Austria, Reino Unido y Holanda, entre otros, se está organizando para una guerra contra la economía fósil, cuya batalla se desarrollará en las escuelas y universidades.

Portugal y España no escapan de esta iniciativa. En el primero de estos países, las escuelas y universidades de la capital se ocuparán hasta que el gobierno declare que tiene un plan para acabar con el uso de los combustibles fósiles en el país hasta 2030. Además, también se exige la salida de los llamados fósiles políticos del gobierno, especialmente la del actual Ministro de la Economía de Portugal, António Costa e Silva, que hasta hace poco ocupaba el cargo de CEO de la petrolera Partex. A no ser que no se cumplan estas demandas, las estudiantes no abandonaran las aulas ocupadas por su propio pie. En el Estado español ya han tenido lugar experiencias similares este 2022, como la ocupación de la Universidad de Granada en abril por parte de Rebelión Científica. Ahora, la traducción local de End Fossil está dando sus primeros pasos, pero lo está haciendo con ambición e involucrando distintos territorios, con la vista puesta en la primera semana de noviembre.

Sabemos que hay que recuperar la fuerza del movimiento por la Justicia Climática, pero igual de convencidas estamos de que sería un error reproducir tácticas propias de ciclos agotados, pues correríamos el riesgo de dejarnos vencer por la monotonía y la falta de resultados concretos. Si añadimos a todo esto al avance feroz de la crisis climática –el periódico The Guardian informa que la península pasa por la peor sequía desde 1200 años– la conclusión es que todo horizonte de futuro esperanzador requiere de una organización a una escala cada vez mayor y con tácticas más confrontativas.

En un escenario de guerra y crisis energética, en la Península Ibérica asistiremos, en primer lugar, a una enorme presión de la industria fósil para sobrevivir y seguir dominando. Si algo manifiestan iniciativas como la expansión de la importación de gas desde Sines, en Portugal, o la intención de recuperar el proyecto Midcat en Catalunya, es un esfuerzo por mantener a flote el capitalismo fósil hasta sus últimas posibilidades de viabilidad. Por otro lado, también se nos presentarán medidas que suponen un gran esfuerzo para revertir las consecuencias de la crisis económica, como la excepción ibérica en mayo, o el flamante impuesto a las eléctricas anunciado esta semana por Pedro Sánchez. No obstante, lo más probable es que todas ellas sean simples parches paliativos que, en el mejor de los casos, sólo alivien temporalmente el sufrimiento de la mayoría social y, en los peores escenarios, no terminen teniendo ningún efecto práctico. Ante todo ello es evidente que hay que resistir, pero por encima de todo hay que atacar, porque si hoy ya es tarde, mañana será de noche. Hay que ocupar hasta ganar.

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