Léodile Béra

martes, 20 de diciembre de 2022

La teoría de los campos: de Stalin a Putin





Por Jesús Jaén Urueña


“ Como se ve el concepto de “campo” significa, ante todo, bloque de Estados. Las fuerzas sociales y políticas no organizadas en Estado desempeñan una función subalterna de apoyo. Cada “campo” está articulado en torno a su Estado “rector”, tiene su “base” constituida por dicho Estado “guía”, más los Estados directamente subordinados, y cuenta con sus apoyos en otras fuerzas políticas y sociales. Los partidos comunistas exteriores a la “base” del campo “antiimperialista” son fuerzas de apoyo a dicho campo. “


Fernando Claudin: “La crisis del movimiento comunista, de la Komintern al Kominform.”


Presentación



Ahora que se cumplen 75 años desde que se diera a conocer la doctrina Zhdánov. He intentado contrastar lo que significó en plena guerra fría la teoría de los campos y cómo sigue vigente en la actualidad. Las personas de izquierda más jóvenes que no vivieron aquellos acontecimientos, podrán comparar con lo que ocurre hoy en Ucrania, Irán o Cuba y, por supuesto también en los países capitalistas más desarrollados como Estados Unidos o la Unión Europea. Este pequeño trabajo no pretende convencer a quienes llevan mucho tiempo, desde sus puestos de responsabilidad política, argumentando que la diplomacia y la realpolitik está por encima de las vidas en Ucrania, de las mujeres en Irán o de los que sufren la represión en países que se llaman socialistas como es el caso de Cuba. Tampoco a quienes desde los gobiernos -llámese occidentales- utilizan las guerras para aumentar los gastos militares o simplemente instrumentalizar de manera propagandística la carta universal de los Derechos Humanos. Nosotros estamos en “otro campo”. En el de las sociedades y clases más desfavorecidas. Compartiendo las ideas de gentes de izquierdas no sumisas a un Estado o campo geopolítico; como hicieron -lo más honestamente que pudieron- escritores como George Orwell, Albert Camus, Bertrand Russell o E.P. Thompson.




I) 1947-2022



1.- En septiembre de 1947 Zhdánov, secretario general del Partido Comunista de la Unión Soviética, recibe de Stalin la orden de presentar un informe que se conocería más tarde como la doctrina de los dos campos. En el mismo, la nomenklatura soviética plantea que el nuevo mundo de la posguerra está dividido en dos grandes bloques geopolíticos. Por un lado el bloque imperialista y antidemocrático que lo forman esencialmente Estados Unidos, Inglaterra y Francia; y por el otro, el bloque antiimperialista y democrático que lo forman la URSS y las nuevas democracias populares de la Europa del Este. Este esquema básico sería el que regirá todos los movimientos políticos tácticos y estratégicos tanto de los Estados Unidos como de la URSS. Sobre esta base se irán construyendo los edificios políticos de la guerra fría: la OTAN, el Pacto de Varsovia, el consejo general de Naciones Unidas, etc.


El período que va desde 1947 hasta 1989 es la etapa álgida de la política de bloques políticos y militares, más conocida como la guerra fría porque, en medio de un conflicto permanente y guerras regionales, tanto las administraciones norteamericanas como la burocracia del Kremlin mantienen unas líneas de contención que se conocen como políticas de coexistencia pacífica. En lo que respecta a los Estados Unidos, los primeros años de este período coinciden con una campaña propagandística contra el comunismo (doctrina Truman) y una represión hacia las organizaciones y personalidades de la izquierda (la caza de brujas que tantas veces ha sido proyectada en las películas de Hollywood). En cambio en Europa la situación es distinta. En Inglaterra gobiernan los laboristas y en Francia o Italia se construyen los partidos comunistas y sindicatos como las grandes organizaciones de masas. Al otro lado del telón de acero el Estado burocrático se ha consolidado definitivamente en la URSS. Los países que han quedado bajo su esfera de influencia están gobernados por partidos títeres del Kremlin como es el caso de Checoslovaquia, Hungría, Rumania, Polonia, Bulgaria o la República Democrática de Alemania (RDA)


Durante esos cuarenta y dos años se produjeron acontecimientos históricos de toda índole: la descolonización de gran parte de África; las guerras en Oriente Medio; la revolución popular China en 1949,; la revolución cubana en 1959; la guerra de Vietnam; Mayo del 68 en Francia; Nicaragua 1979; los golpes militares en Latinoamérica; la caída de las dictaduras en Portugal, Grecia y España; etc, etc. Digamos que todos estos hechos ocurren en el “campo imperialista”. Se trata de un ascenso revolucionario donde se combinan demandas democráticas, la liberación anticolonial y la aspiración a un modelo social más justo e igualitario como pretendían los revolucionarios cubanos del movimiento 26 de julio; el FSLN en Nicaragua o la Unidad Popular en Chile en 1971.


En el otro “campo político” las burocracias gobernantes también serán golpeadas por movimientos obreros exigiendo las libertades democráticas o el fin de la ocupación soviética. La revolución húngara en 1956, la Primavera de Praga en 1968 o las huelgas obreras que dieron lugar al sindicato Solidaridad en Polonia en 1980. En contra de lo que se pudiera pensar, en un primer momento, esos movimientos no pedían la restauración capitalista, sino otro modelo de socialismo basado en consejos de fábrica y la autoorganización social; la libertad de formar sindicatos y partidos o el sufragio universal. Algunos panfletos o escritos de la época (como la carta de Kuron y Mozolevski en Polonia son muy ilustrativos). Estas demandas, por supuesto, eran incompatibles con la existencia en el poder de las castas burocráticas.


El problema fundamental que tuvieron los movimientos de emancipación tanto de un lado político como en otro, es que la existencia de los bloques y la bipolarización tendía, automáticamente, a la instrumentalización política o ideológica. En ese sentido el campismo tiene un efecto paralizante porque trata de evitar que las luchas se desarrollen en su verdadera naturaleza, intenta reconducirlas hacia un conflicto de Estados; de intereses geopolíticos al servicio de las élites en el poder. Esto es lo que estamos viviendo actualmente en la guerra de Ucrania donde las vidas de las personas o el derecho a la autodefensa de un país invadido por una gran potencia militar, está subordinada al hipotético conflicto nuclear mundial.


2.- Tras la caída del Muro de Berlín y la implosión de la URSS se abre una nueva época. A nivel global los Estados Unidos se sitúan como única potencia militar y triunfan las doctrinas neoliberales tanto en el “campo capitalista” como en el “campo socialista”. De la guerra fría pasamos a conflictos regionales de más baja intensidad. En una época de reacción generalizada triunfa la doctrina impuesta desde Washington de la lucha global contra el terrorismo internacional. La invasión de Irak, Afganistán y otra vez Irak o la guerra en los Balcanes son los hechos más relevantes. Es el período más claro de hegemonía norteamericana y el triunfo del capitalismo sin concesiones al Estado de bienestar. También la destrucción del mito -en las izquierdas- de que la economía estatizada puede escapar a la lógica de la acumulación y al mercado mundial capitalista.


3.- A partir de la segunda década de este siglo vuelve a cambiar nuevamente el escenario. De un conflicto de muy baja intensidad se pasa a otro nuevamente de alta intensidad. Varias son las causas: la irrupción de China como segunda potencia en el mundo y su acceso a nuevos mercados. En segundo lugar, el impacto que la recesión mundial (2007-8) tiene sobre las grandes economías capitalistas, por un lado aumentando las desigualdades sociales de sectores que formaban parte del contrato social de la posguerra, y por el otro, auspiciando una crisis de confianza en la legitimidad de las viejas instituciones de la democracia liberal. Finalmente, esa nueva situación da pie al renacimiento de un nacionalismo autoritario y al crecimiento de las derechas ultraconservadoras en todo el mundo. El trumpismo, el Brexit, los llamados populismos de derechas o izquierdas latinoamericanas o europeas, y muy particularmente, la irrupción del gran nacionalismo imperialista ruso que con la segunda presidencia de Wladimir Putin da un puntapié al tablero y entra en guerra con occidente.


Ucrania es el punto de partida de la segunda guerra fría, de la amenaza de un conflicto nuclear y de la nueva división del mundo en bloques. Antes la URSS de Stalin, ahora la Rusia de Putin. Antes el bloque oriental y los partidos comunistas; ahora Rusia Unida, Bielorusia, Cuba, Venezuela, Nicaragua; algunos populismos de derechas o izquierdas, y las políticas de alianzas con los ayatolás de Irán o China. Mientras en un bloque el Estado rector es sin duda Estados Unidos, en el otro, Rusia sólo aspira a recuperar una parte del antiguo imperio zarista. Pero la mirada del mundo está puesta en la China de Xi Jinping.


II) La izquierda campista:

 ni democrática ni socialista



1.- En la primera guerra fría leíamos y escuchábamos a los dirigentes de los partidos comunistas hablar del imperialismo, la democracia y el socialismo. Seguían a pies juntillas la doctrina Zhdánov y las órdenes de Dimitrov, Beria, Molotov, Jrushchov, etc. Esa relación ha cambiado, entre otras cosas porque los partidos comunistas son organizaciones insignificantes sin peso en la sociedad. Los nuevos movimientos subalternos en la izquierda de la segunda guerra fría son otros. En España Pablo Iglesias, Juan Carlos Monedero, Arnaldo Otegi, Manuel Monereo, etc. Un repaso por la hemeroteca en los últimos dos o tres años es muy ilustrativo. Desde luego la derecha y ultraderecha de este país ha sabido explotar la falta de condenas a los regímenes de Maduro, Raul Castro o Daniel Ortega, envueltos, una y otra vez, en la represión a manifestantes que protestan por la carencia de alimentos, derechos democráticos o la persecución a colectivos LGTB. El silencio ensordecedor con respecto al régimen teocrático y criminal de Alí Jamenei respecto a la brutal represión contra las mujeres en Irán es, sin duda, de un alcance ético y moral sin precedentes. Hasta hace unos pocos días, Podemos, permanecía sin condenar las cuatrocientas y pico mujeres asesinadas por la policía moral, las condenas a muerte y las miles y miles de detenciones.


El asunto de Ucrania rebosa de hipocresía por todos los poros. En los comunicados públicos de Bildu o Podemos la responsabilidad de la invasión era de la OTAN y no de Putin. Su propuesta “neutral” se ceñía a exigirle a Estados Unidos y Europa que no envíen armas para que acabe pronto la guerra y establecer un diálogo de paz entre ambas partes. ¡Ni siquiera Chamberlain hubiera podido superar el cínico pacifismo de esta izquierda! ¿Qué hubieran dicho si en lugar de invadir Putin a Ucrania, es Joe Biden quien invade Irán? Nos lo podemos imaginar. Existen dos varas de medir los hechos


2.- Ponerse de lado de uno de los bloques conduce a posiciones reaccionarias . Estos dirigentes políticos subordinan los derechos humanos de las personas y los derechos democráticos de las sociedades o colectivos, a los intereses geoestratégicos de Rusia o China . Lo que prima no es el derecho de la sociedad, de las clases obreras o populares, de las mujeres o de otros colectivos; sino el de mantener unido un bloque antiimperialista formado por un grupo de Estados frente a Estados Unidos y la OTAN. El mayor de los absurdos y aberraciones políticas y éticas es que, además, ese bloque de Estados con los que se alinea esta izquierda, está conformado por potencias “imperialistas” como Rusia y regímenes autoritarios como los ya citados anteriormente; es decir, se trata de un bloque antiimperialista dirigido por una potencia militar con ambiciones territoriales fuera de sus fronteras; y de un bloque democrático donde los regímenes que lo forman no respetan los derechos humanos, las libertades democráticas o sindicales, los derechos de la minorías, de los homoxesuales y donde la mujer, como es el caso de Irán, es tratada como un ser inferior. Todo ello en aras de fortalecer un frente antinorteamericano u occidental.


3.- La otra gran incoherencia consiste en reivindicar con una mano el marxismo y las señas de identidad de la izquierda, mientras con la otra se está borrando todo análisis que tenga que ver con el materialismo histórico. Para Marx no había campos políticos o, si los había, no eran estructurales ni permanentes, sino contingentes. El noventa por ciento de los análisis sobre las sociedades que hizo Marx eran a partir del modo de producción capitalista y las contradicciones entre clases sociales que existen en todas las sociedades avanzadas. Esto que era cierto en el siglo XIX lo es mucho más en el siglo XXI. Las sociedades actuales no son menos sino más capitalistas y las clases sociales no solo existen, sino que no han dejado de aumentar las desigualdades por razones económicas, raciales, género o pobreza energética.


La “izquierda” que defiende a los burócratas del régimen cubano frente a la ciudadanía no está defendiendo el socialismo bajo la sempiterna excusa del bloqueo, lo que está defendido son los privilegios de una élite corrupta cuya pretensión es vivir por encima del resto. Nunca la geopolítica y las relaciones entre Estados pueden sustituir de manera permanente, los análisis de las relaciones sociales de producción, el conflicto entre las clases y la perspectiva democrática y socialista. Así lo entendía Marx cuando por ejemplo escribió el 18 Brumario de Luis Bonaparte para analizar los acontecimientos en Francia.


III) Campismo o Socialismo



1.- La consolidación del Estado totalitario en la URSS y la degeneración del Komintern significaron un corte histórico en la construcción de la identidad socialista. Una espesa niebla evitó que viéramos la verdad objetiva. La verdad y los hechos fueron subvertidos y la mayoría de sus defensores aniquilados. Como dijo Orwell el totalitarismo ya fuera nazi o estalinista es un vaciamiento de la conciencia individual y colectiva. Las palabras que antes tenían un significado adquieren otro muy distinto. El lenguaje forma parte de las formas de dominación como explica Victor Klemperer en su libro titulado “La lengua del III Reich”.


En un primer momento se cambió el internacionalismo por el “socialismo en un solo país” y más tarde la “teoría de los campos”. El régimen soviético convirtió las ideas del socialismo en una ideología nacionalista y chauvinista. La guerra que libró la Unión Soviética contra Hitler no fue en nombre del socialismo, sino de la patria. Se ensalzó el nacionalismo ruso reaccionario (tal cual lo hace hoy Putin) y el papel de Pedro el Grande en la historia. Se extirpó la cultura democrática dentro del movimiento obrero y sindical como se venía haciendo en corrientes anarquistas, socialistas o cristianas. El humanismo era señalado como prejuicio burgués y se hizo creer que el trabajo a destajo y la productividad eran cualidades del socialismo.


Algunas veces se ha comparado la brutalidad burocrática soviética con la dictadura de Cromwell, con los jacobinos a partir de 1793, o con los primeros bolcheviques. Es un debate complejo. Pero la comparación entre los jacobinos y los estalinistas no resiste la prueba de los hechos. Incluso siendo totalmente críticos con el terror en la revolución francesa y rusa, creo que Trotsky tiene que ver más con Robespierre. Y Stalin con el Termidor. Pienso que la revolución no es un fin en sí mismo sino uno de los posibles medios para superar el capitalismo y que el socialismo democrático no se construye al final del camino, sino mientras lo vamos andando.


Creo que todas aquellas personas que seguimos reivindicando la necesidad de alcanzar una sociedad más justa, democrática e igualitaria (que podemos definir muy genéricamente como socialista), no debemos abstraernos de la contradicción objetiva o, mejor dicho, el conflicto histórico entre la libertad y la revolución. Un conflicto que vivieron los levellers en Inglaterra, los jacobinos en Francia o los bolcheviques en Rusia. Las revoluciones son actos de fuerza y violencia, y cuando esa revolución derriba el viejo régimen y nace un nuevo poder, éste lo hace con la misma violencia que combatió anteriormente. No tengo respuesta para esa cuestión ni para otras tantas más. Sin embargo, entre la revolución bolchevique y la contrarrevolución estalinista hay un salto cualitativo inmenso. En términos poéticos yo diría que si las revoluciones se presentan a los revolucionarios como un grandioso drama de Shakespeare; las contrarrevoluciones no tienen el brillo de la estética ni el drama de la ética. Son más parecidas al ambiente sórdido de las novelas de Orwell o Koetsler.






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