Léodile Béra

viernes, 14 de abril de 2023

El capitalismo en la era de las turbulencias. Declaración del Colectivo Leódile Béra

 

"Basuras" Pintura de Maruja Mallo


Declaración del Colectivo Leódile Béra

Habiendo transcurrido casi un cuarto de este siglo, los acontecimientos de gran envergadura se suceden vertiginosamente: la gran recesión de 2007-2008; las primaveras árabes y las grandes movilizaciones sociales en Grecia y España; la pandemia del coronavirus que se cobró más de siete millones de vidas; la crisis subsiguiente en las cadenas de suministros y en el comercio mundial; la invasión de Ucrania el año pasado; la crisis energética y alimentaria, y la inflación en las principales economías capitalistas; el cambio climático que nos deparó en 2022 un verano con las temperaturas más altas jamás registradas, con su impacto en el ecosistema global; las movilizaciones de mujeres en Irán y Afganistán; la bancarrota de dos importantes bancos, Silicon Valley y Credit Suisse; las grandes movilizaciones populares en Francia contra las políticas de Macron, las de Israel contra Netanyahu, la resistencia anticolonial palestina o la lucha contra las dictaduras en Sudán y Birmania.

 

En el origen: la Gran Recesión

El ciclo ascendente del capitalismo, desde finales del siglo XX hasta comienzos del XXI, se vino abajo con la crisis de 2007 y 2008. Un terremoto económico posiblemente comparable al crack de 1929 cuyas ondas sociales afectaron a las principales economías países capitalistas.

 

El primer movimiento sísmico fue democrático y progresivo: las primaveras árabes, el 15M en España, Occupy Wall Street y las grandes huelgas generales de Grecia que llevaron al poder a Syriza... La contrarréplica no tardó en llegar.

 

El símbolo político del capitalismo de las grandes élites financieras y las industrias tecnológicas lo representaban Obama, Merkel o Sarkozy. Prometieron “refundar” el capitalismo, pero los rescates bancarios y los ajustes y recortes sociales llevaron a la quiebra a millones de familias trabajadoras y de las llamadas clases medias.

 

Un fruto de esas políticas fue el exacerbado odio a las élites políticas y financieras. Una gran parte de la población sintió que se había transformado en la principal víctima de la crisis, en un deshecho social. La ruina de millones de hogares en las grandes ciudades y en el campo impulsó el péndulo hacia el extremo político opuesto, y con ello llegaron el Brexit y las victorias de Donald Trump en Estados Unidos, de Bolsonaro en Brasil, y de los nacionalismos ultraconservadores en Europa. Una de las grandes manifestaciones de esta situación fue el régimen de Putin y la invasión de Ucrania en marzo de 2014 por parte de la Federación Rusa tras las movilizaciones del Maidán. Putin se anexionó la península de Crimea y la parte más oriental del Donbás. 

 

La gran recesión de 2007-2008 dejó muchas secuelas, y una de las más importantes fue el ascenso de los nacionalismos reaccionarios y de ideologías ultraconservadoras como los fundamentalismos religiosos. Todos coinciden en el ataque generalizado a la emancipación de la mujer y sus derechos democráticos y sociales, y a los movimientos LGTBI. Estos nuevos o viejos movimientos tratan de hacer retroceder a la humanidad a una edad oscura, brutalmente patriarcal, racista y negacionista en cuanto al cambio climático. Aunque se presentan como defensores de los sectores populares, promueven políticas económicas y sociales totalmente capitalistas. Sin embargo, su capacidad para movilizar sectores obreros, autónomos y clases medias desvía el foco del conflicto e introduce una división en las clases populares.

 

Los conflictos armados, los trastornos climáticos, la pandemia y la inflación han provocado que 30 millones de niños menores de cinco años sufran emaciación o malnutrición aguda. La consecuencia, además de las muertes, son los grandes movimientos migratorios que estamos viviendo. Mientras una parte de la humanidad carece de comida o agua potable, el sistema económico mundial despilfarra recursos naturales y alimentos. La llegada de miles de mujeres, hombres, niñas y niños a la UE y Estados Unidos es utilizada por las fuerzas nacionalistas reaccionarias para alentar el racismo y presentarla como causante de los bajos salarios o del deterioro de la convivencia.

 

Aumentan las desigualdades sociales

El siglo XXI es heredero -en parte- de los acontecimientos de finales del siglo XX, donde se fueron instalando relaciones de fuerzas favorables a los grandes capitales. Como dijimos, la crisis de 2007 y 2008 significó otra vuelta de tuerca. Durante la pandemia del Covid-19 volvimos a convivir con el sufrimiento de millones de seres humanos y con los escandalosos beneficios de Pfizer, Johnson & Johnson, Moderna, Astrazeneca, etc., propietarias de las patentes con la que se vacunaron cientos de millones en todo el mundo. A continuación subieron los precios de la energía, que sufrieron los hogares más pobres y enriquecieron a las grandes compañías eléctricas, tal como sucedió en España con  Endesa, Iberdrola o Naturgy, cuyos beneficios netos subieron 6.551 millones de euros en 2021, un 40% más que el año anterior.

 

Después vino la inflación y, mientras las clases trabajadoras pierden poder adquisitivo, las empresas españolas ver duplicarse sus beneficios. A todo esto habría que sumar la pérdida de derechos sociales, los recortes en los servicios públicos, el incremento del precio de la vivienda, etc. Es la realidad de las últimas décadas y a la que se están enfrentando miles y miles de trabajadoras y trabajadores en Francia, en el Reino Unido o, en España, las movilizaciones sociales por la sanidad pública.

 

2020, la pandemia: aviso del futuro

El otro acontecimiento del siglo ha sido la pandemia del Covid-19, la más grave de los últimos cien años. Según la OMS, han muerto más de siete millones de personas en el mundo aunque se trata de cálculos muy por debajo de la realidad. La pandemia fue una crisis del capitalismo que se mostró como crisis sanitaria. La causa es la relación de nuestra especie con la naturaleza. El modo de producción capitalista no entiende de valores y derechos, es una máquina infernal basada en la acumulación y generación de beneficios para el Capital. Pero las agresiones a la Naturaleza generan dinámicas imprevisibles, desde un aumento de las emisiones de CO2 hasta la transmisión de nuevos virus que, desde hace miles de años, se encontraban en sus reservorios naturales.

 

La pandemia llevó a los confinamientos, y éstos a la paralización de gran parte de la industria y el comercio. La caída de las economías en un lapso tan breve sólo puede compararse con las cifras de la Segunda Guerra Mundial. La vuelta a la “normalidad” no fue como se esperaba. Los problemas de las cadenas de suministros ralentizaron el comercio mundial. Los doce billones de dólares inyectados por la FED y el BCE paliaron determinadas emergencias pero provocaron “daños colaterales”.  Después de tres años, las principales economías capitalistas arrastran procesos inflacionarios severos y, ahora, el impacto de la caída del Silicon Valley Bank y el Credit Suisse.

 

Los líderes mundiales, congregados en torno de los Demócratas estadounidenses, no han querido repetir los “errores” de Obama, Sarkozy y Merkel, pero se ven en la misma encrucijada, ante la misma cuadratura del círculo: rescatar los negocios del Capital sin hundir las economías obreras y las clases medias. Ya ni siquiera hablan de “refundar” el capitalismo, entre otras cosas porque no hay nada que refundar; más bien tratan de engrasar una y otra vez los mismos mecanismos.

 

La invasión de Putin a Ucrania

El 24 de febrero de 2022, Putin intentó someter definitivamente a Ucrania. Como es bien sabido, no logró su objetivo principal, poner un régimen títere en Kiev en un plazo de días. La guerra ya lleva más de un año sin visos de solución a corto plazo.

 

El Colectivo Léodile Bera ha sostenido -básicamente- que se trata de una guerra de agresión de la Federación Rusa contra un país soberano. Ucrania tiene derecho legítimo a defenderse, y por lo tanto, apoyamos todo tipo de ayudas en recursos humanitarios, económicos y militares. La lucha por la paz en las fronteras de ambos países no debe llegar como una imposición a Ucrania; son sus ciudadanos quienes tienen que decidir cómo y cuándo. Por eso no confiamos que la mediación de Xi Jinping (aliado de Putin) siente las bases de una paz justa. La victoria rusa no traerá la paz permanente sino, como mucho, una tregua antes de nuevos escenarios de guerra.

 

El régimen de Putin es un régimen criminal, no solamente por su intervención en Ucrania, sino también por el trato que da a su propia población, militarizando la sociedad, haciendo morir inútilmente a miles de jóvenes e instaurando un estado de excepción permanente. Junto a la homofobia, el machismo y la represión, mezcla el sentimiento imperialista gran ruso propio de los zares y del totalitarismo estalinista. Forma parte de la ya mencionada ola ultrarreaccionaria internacional.

 

Las mujeres de Irán y Afganistán

Son un símbolo para las mujeres de todo el mundo y para los movimientos democráticos. El asesinato de la joven Jina Mahsa Amini a manos de la policía del régimen teocrático desató una oleada de manifestaciones que Ali Jamenei ha reprimido mediante el asesinato de más de 500s personas, miles de detenciones y varias ejecuciones en la horca.

 

En Afganistán, tras la retirada de las tropas estadounidenses, el régimen talibán ha vuelto a implantar el apartheid contra las mujeres en todo el territorio ocupado por las tropas del clérigo Ashraf Ghani Ahmadzai. Sin derechos y tratadas como objetos ocultos, se ven  apartadas de las escuelas, universidades y centros de trabajo.

 

El grito de las mujeres de Irán, “Mujer, Vida y Libertad”, se ha vuelto un lema mundial no sólo de los movimientos feministas, sino también de las y los activistas por los derechos humanos y la igualdad social o de género a nivel internacional.

 

Hacer por el Planeta

Nos tomamos en serio los informes de la comunidad científica y de las Naciones Unidas. El deterioro creciente en la biosfera por el aumento del CO2 y otros gases con efecto invernadero están planteando fenómenos como el calentamiento global, la desaparición de numerosas especies, la deforestación, la desertización, las sequías, los tornados, los temporales, y el resurgimiento de viejas enfermedades o la aparición de nuevas (entre las cuales los coronavirus son una amenaza que ya conocemos).

 

Los movimientos en defensa del medio ambiente que tuvieron mucha fuerza hasta 2019 se han ralentizado, justo cuando más necesarios son. Las elevadas temperaturas del verano de 2022 nos dicen que es necesario un nuevo impulso.

 

No tenemos confianza en que las soluciones vengan de los grandes grupos capitalistas y, mucho menos, de aquellos vinculados a la extracción de combustibles fósiles. Las llamadas transiciones energéticas nos plantean -a todas y todos- dudas más que razonables. Sin embargo la única alternativa (más allá de algunas ilusiones tecnológicas) es volver a las grandes movilizaciones de millones de personas de los cinco continentes, reclamando a sus gobiernos y a las instituciones supranacionales que tomen medidas urgentes para llegar a un objetivo común de contaminación cero.

 

Hacer por el Desarme Nuclear

Desde la Guerra Fría no vivíamos un período en donde se hable tanto de guerra nuclear. El conflicto en Ucrania ha abierto la Era de las Incertidumbres. Las amenazas de Putin y las respuestas de la OTAN resultan desalentadoras, sobre todo porque todos los países, desde Alemania a Japón, pasando, por supuesto, por China, Rusia y Estados Unidos, han decidido aumentar sus gastos militares.

 

Hay que trabajar en sentido inverso a esa tendencia. Hay que alejarse de un escenario de holocausto nuclear o de cualquier variante como un “accidente” en la central de Zaporiya, un ataque mutuo con misiles en la península de Crimea o un conflicto en el estrecho de Taiwán que llevaría al enfrentamiento entre China y Estados Unidos.

 

En los años 80 los movimientos pacifistas a los dos lados del Muro de Berlín exigían el desarme mutuo e incondicional. No hay otra solución si queremos que la civilización (incluso una tan injusta como la actual) sobreviva a las próximas generaciones, con la perspectiva incluso de hacerla mejor.

 

La izquierda en medio de la crisis

La situación de la izquierda en este contexto internacional no invita al optimismo. Una parte de ella, la socialdemocracia, forma parte de los consensos económicos y políticos del orden creado tras la caída del Muro de Berlín. Gran parte de las otras izquierdas, incluso las que mantienen un tono crítico en lo social, han respaldado o no han rechazado la invasión de Ucrania por parte de Putin. El "plan de Paz" que promueven pretende pasar por encima del derecho del pueblo ucraniano a su legítima defensa, en el mismo sentido que la propuesta de Xi Jinping y del gobierno de China.

 

En América Latina los llamados “gobiernos izquierdistas o progresistas” son parte del mismo problema. Transcurridas más de dos décadas desde la llegada al poder de Hugo Chaves (luego Maduro) y con posterioridad de Rafael Correa en Ecuador o de Evo Morales en Bolivia (con sus diferencias), han supuesto un fracaso. Sus gobiernos llamados socialistas o antiimperialistas han traído más descrédito aún al nombre del “socialismo” y de la “izquierda antiimperialista”. En los casos de Cuba o Nicaragua, los procesos de degeneración burocrática  de sus revoluciones han desembocado en dictaduras ahogadas por la corrupción y mantenidas a base de la represión política.

 

El chavismo, el kirchnerismo, el castrismo, el sandinismo tardío, el populismo “antiimperialista” en suma, no es la solución sino uno de los problemas. Además de la corrupción, sus políticas económicas alimentan el “extractivismo” de materias primas, combustibles fósiles y recursos forestales. A nivel internacional son solidarios con Putin y no con el pueblo de Ucrania, con el Ayatolá Ali Jamenei y no con las mujeres iraníes, por dar unos pocos ejemplos.

 

En el epicentro de este “campo de la izquierda” emerge China como potencia mundial. Valedora de acuerdos comerciales en África o entre  Irán y Arabia Saudi, ahora quiere influir en Ucrania. Alrededor del capitalismo estatal chino y de su partido comunista se ha configurado un agrupamiento mundial en nombre de la “izquierda y del socialismo”. A este se suman también organizaciones y partidos occidentales que forman un abanico mundial autodenominado el “campo antiimperialista”, en oposición al capitalismo norteamericano y europeo. De hecho, lo que hacen es reproducir la teoría de los campos que, durante la Guerra Fría, acuñó el estalinismo.

 

Nada más apartado de los valores del socialismo que se defendieron en los orígenes del movimiento obrero y que deberíamos defender hoy. El socialismo, o como queramos llamar a un horizonte igualitario y libertario, es democrático y humanista o no es. El socialismo, o ese horizonte, es feminista y ecologista o no es. No se entiende sin la igualdad, la libertad y la fraternidad, valores que no caducan ni se subordinan a ninguna especificidad cultural ni religiosa., pues son valores universales para todo el género humano y aplicables para toda la vida existente en este planeta.

 

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