martes, 23 de mayo de 2023

El camino a Wigan Pier. Orwell, 120 aniversario

 


Jesús Jaén Urueña


George Orwell ha sido y es una de las grandes referencias de la lucha contra todo tipo de totalitarismos, ya fueran regímenes capitalistas o los mal llamados comunistas. Sus novelas: “Rebelión en la granja o 1984” siguen siendo leídas por millones de personas de todas las edades. Esta reseña es un pequeño homenaje a una personalidad única. Orwell nació el 25 de junio de 1903. Fue novelista, ensayista y periodista. “El camino a Wigan Pier” es una crónica personal que hizo en 1936 unos meses antes de marchar a España para combatir en el frente junto con otros brigadistas de las columnas del POUM. En “El camino a Wigan Pier”, Orwell, se adentra en el mundo de la clase obrera del norte de Inglaterra; en las minas, en sus hogares, en las fábricas y acaba con unas reflexiones de lo que él entiende por socialismo.

Orwell no era marxista, ni siquiera -creo- era un socialista racionalista como muchos intelectuales de su época. El socialismo que defendió a lo largo de toda su vida era poderosamente crítico, intuitivo, emocional y profundamente humano. Por lo tanto, no busquemos en Orwell el rigor del marxismo o el academicismo de un socialista materialista. Para él, la esencia del socialismo eran valores que en “El camino a Wigan Pier” sintetiza como la Justicia y la Libertad. Sus conceptos: socialismo, democracia, libertad, fraternidad e igualdad son muy personales; no están en los manuales de la época ni en la literatura marxista. Su preocupación por las condiciones de vida y trabajo de las clases obreras forma parte de la tradición de los mejores historiadores ingleses: E. P. Thompson, Eric Hobsbawm o anteriormente JL y Bárbara Hammond.


El camino hacia el socialismo, dice Orwell, es imposible sin la rama principal sobre la que se asienta que es la democracia. Por eso critica al comunismo (el Estado soviético) de vivir con los ojos pegados a los datos económicos, presuponiendo que el hombre no tiene alma y… se han instalado en una “utopía materialista”. El desencanto de Orwell con los socialistas aburguesados británicos, se transforma en un alegato implacable contra el régimen de Stalin al que compara con los fascismos en España e Italia, o con el nazismo de Hitler. De esa intuición, doce años después, nacieron sus dos grandes novelas: “Rebelión en la granja” y “1984” pero también una cantidad importante de ensayos como " ¿Qué es el socialismo?” escrito en 1946.

Orwell tenía una personalidad pragmática pero no concibe el socialismo como la electrificación con soviets (como dijo Lenin) y, mucho menos ¡sin soviets! (como impondría Stalin); prescindiendo de la libertad y de la democracia no se avanza al socialismo; sino a la dictadura como quedó demostrado a lo largo de todo el siglo XX.

También Orwell apunta a una reflexión importante, cuando en “El camino a Wigan Pier”, señala que el socialismo es una doctrina nacida de la industrialización y que necesita un nivel muy alto de mecanización (al menos similar al de EEUU en esos momentos). Una reflexión muy actual, a tenor de la crisis climática que estamos viviendo en el siglo XXI. De ahí no solo la responsabilidad de EEUU, Gran Bretaña, Alemania, Japón, etc; sino de los países “socialistas” como la URSS o China. Esto nos llevaría a preguntarnos si el centro de la ruptura con el modelo capitalista es solamente la estructura económica o, por el contrario, llegar a superar una civilización material basada en la reproducción social de todos los valores precedentes.

Esa búsqueda de Orwell por un socialismo humano (de y para la humanidad), a la que hoy deberíamos agregarle la dimensión ecológica y feminista; es poderosamente auténtica y libre de esquematismos. Es verdad que en Orwell podemos encontrar errores conceptuales, desatinos, desconexiones, irreverencias o incluso groserías (como cuando insiste en el olor insoportable de todo lo que rodea a la miseria de las clases obreras del norte de Inglaterra); pero todo su ensayo (El camino a Wigan Pier) tiene el mérito impagable de la autenticidad construida por una vivencia personal. La misma con la que escribió “Homenaje a Catalunya” tras los sucesos de mayo de 1937 en Barcelona.

En esa autenticidad vivida como sujeto, ya sea en las minas de Durham o en las trincheras de Teruel, Orwell, se mueve como pez en el agua. Es un narrador excepcional, realista y en su fría apariencia, resulta más que convincente: sensible a las pasiones y sufrimientos humanos. Como cuando describe desde el vapor de un tren en marcha, a una joven mujer obrera de tan solo veinte y cinco años, pero que por sus rasgos físicos castigados por el trabajo y los abortos, realmente representaría unos cuarenta.

Orwell nunca engaña al lector. Se considera un inglés de clase media aceptado más o menos por esos obreros del norte. No idealiza a la clases trabajadoras, pero no se sitúa por encima de ellas como la mayoría de los intelectuales socialistas de su época. Hacia ellos descarga toda su ironía: “barbudos, bebedores de zumos”, y con un léxico alejado del lenguaje de las clases a las que dicen representar. Haciendo gala de su fina ironía cuenta una anécdota de la “Historia de la Comuna” escrita por Lissagaray. Las autoridades estaban fusilando a los cabecillas, y como no sabían quienes eran, los iban eliminando basándose en el principio de que los jefes de la revuelta serían los que pertenecían a las capas más altas o los más cultos: “A un hombre lo fusilaron porque llevaba un reloj. A otro porque tenía cara de inteligente. No me gustaría que me mataran por tener cara de inteligente, pero sí estoy de acuerdo en que prácticamente en todas las revueltas, los líderes serían aquellos que supieran pronunciar todas las letras”. (El camino a Wigan Pier).


Nota: Este artículo es un complemento a otro que escribí para Trasversales y la Fundación Andreu Nin, en enero de 2020 en el 70 aniversario de la muerte de Eric Arthur Blair titulado: “Homenaje a Orwell”.

Mayo de 2023















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