lunes, 22 de mayo de 2023

MATAR AL GUERRILLERO EN EL VIENTRE DE SU MADRE: UNA TEORÍA IZQUIERDISTA DE LA CONSPIRACIÓN

 



Pablo Francescutti

No fueron pocos los que en España se quedaron atónitos cuando, en lo más crudo de la pandemia del COVID-19, el expresidente boliviano Evo Morales expresó en una rueda de prensa su visión de la crisis sanitaria: “yo estoy convencido de que es parte de una guerra biológica. ¿El capitalismo qué exporta? Armas nucleares, armas biológicas. Debe ser hace cinco o seis años que el FMI afirmaba que la política del Nuevo Orden Mundial indicaba que era importante una planificación de la reducción a la población innecesaria”(…) Para el capitalismo la gente pobre es innecesaria para el Estado y esta pandemia primero mata a la gente que menos tiene, a la gente con discapacidad”.

Con sus palabras Morales contribuyó al cúmulo de lucubraciones conspiracionistas que en aquellos días acrecentaban la confusión en relación al origen del virus, la prevención de su infección y su tratamiento. Pero esta vez no hablaba un hippie desconfiado del saber médico ni un ultraderechista obsesionado con las élites globalistas, sino todo un referente del progresismo latinoamericano.

¿Un exabrupto espontáneo? ¿Un eco del conspiracionismo que circulaba por las redes? Sin negar el influjo que estas narrativas pudieron haber tenido en Morales, nos inclinamos por relacionarlas con un poso cultural de la sociedad boliviana cuyo origen se remonta a los años ‘60. En este artículo reconstruiremos los hechos que, a nuestro entender, influyeron de antemano en su entendimiento de la pandemia. Y para ello nos retrotraeremos a la obra más célebre de la filmografía boliviana: Sangre de Cóndor. Hablada en quechua y rodada en 1969 por el grupo Ukamau liderado por Jorge Sanjinés, figura en los anales como un clásico del cine político y “una profunda denuncia del imperialismo norteamericano”, según la calificaban en el periódico online Laizquierdadiario.

El crítico acompañaba su breve con una sinopsis: “La historia transcurre en una comunidad campesina de Bolivia, que recibe atención médica de la agencia estadounidense ‘Cuerpo de paz’. Los mismos campesinos se empiezan a dar cuenta de que las mujeres no pueden tener hijos y sospechan que esta ‘agencia’ está engañando y esterilizando a las mujeres. Ellos no se quedarán de brazos cruzados”. Atacan el centro médico y, tras acusar a los gringos de estar “sembrando la muerte en el vientre de nuestras mujeres”, proceden a castrarlos en revancha. Más tarde, la policía detiene a algunos de los atacantes y los fusila en un descampado.


La película gira en torno a la actividad en Bolivia del susodicho Cuerpo, una iniciativa presentada por el gobierno de John Kennedy en 1961 con la finalidad de enviar voluntarios a los países en desarrollos a colaborar con las comunidades locales. El argumento del filme dramatizaba el rumor extendido en el país andino de que los gringos estaban esterilizando de forma masiva a mujeres de las clases populares en contra de su voluntad. La razón de esta práctica venía explicada en las palabras del científico estadounidense James Donner reproducidas en los títulos de crédito: “El habitante de una nación desarrollada no se identifica con el hambriento de la Indio o Brasil.Vemos a esa gente como una raza o especie distinta y en realidad lo son. Idearemos antes de cien años métodos para deshacernos de ellos. Son simplemente animales —diremos— constituyen una verdadera enfermedad. Resultado: las naciones ricas y poderosas devorarán a las pobres y débiles”.

Después de su estreno, el asunto de las esterilizaciones cobró notoriedad. Se afirmó que los voluntarios eran agentes de la CIA; las oficinas del Cuerpo de Paz fueron atacadas; y en 1971 la organización fue expulsada por el gobierno nacionalista de Juan José Torres. Sin lugar a dudas, podemos considerarlo uno de los casos más impresionantes del efecto del cine en la sociedad.

¿Qué pruebas tenía Sanjinés de los hechos denunciados? Según declaró en una entrevista, un amigo suyo había oído en una radio que el Cuerpo esterilizaba mujeres en una clínica de Huatajata. Como no obtuvieron testimonios de las presuntas afectadas (“tenían mucho miedo”), en vez de rodar un documental optaron por una ficción. El cineasta aclaró que a sus ojos el incidente poseía un valor sobre todo metafórico, ya que le permitía simbolizar la “esterilización cultural” que Estados Unidos estaba causando a su pueblo al imponer su estilo de vida y sus valores.

Transcurrido más de medio siglo, no se ha documentado ninguna esterilización, ni mucho menos masivas como sí las hubo en Puerto Rico en cumplimiento de un programa gubernamental. Tampoco hay pruebas de directrices internas del Cuerpo de Paz en ese sentido. Solo se verificó la colocación de dispositivos intrauterinos (DIUs) a un número indeterminado de mujeres aymarás. A día de hoy, esos hechos no se han aclarado: unos dijeron que se los pusieron sin su consentimiento informado; otros, que hubo un malentendido pues ellas creyeron que con esos artilugios nunca más podrían tener hijos; no cabe descartar que los cooperantes, que tampoco dominaban el español, no dieran las explicaciones adecuadas. Aún aceptando la acusación más grave —la introducción sin consentimiento—, un DIU es reversible y no deja secuelas; la esterilización era un bulo.

En aquel entonces nadie pidió pruebas contrastadas, y el infundio tuvo gran eco internacional. Eduardo Galeano lo propagó literalmente en Las venas abiertas de América Latina: “El sistema no ha previsto esta pequeña molestia: lo que sobra es gente. Y la gente se reproduce. Se hace el amor con entusiasmo y sin precauciones (…) Las misiones norteamericanas esterilizan masivamente mujeres y siembran píldoras, diafragmas, espirales, preservativos y almanaques marcados, pero cosechan niños porfiadamente, los niños latinoamericanos continúan naciendo, reivindicando su derecho natural a obtener un sitio bajo el sol en estas tierras espléndidas”.

Aceptando que el cargo de esterilización hubiera sido un malentendido sin base, ¿cómo pudo tener tanta repercusión? Para entenderlo hay que repasar las coordenadas de la época, comenzando por la naturaleza política del Cuerpo de Paz. Junto con la Alianza para el Progreso, se inscribía en el rediseño de la política exterior de Estados Unidos en reacción a la Revolución Cubana. Un mensaje claro: si de Cuba enviaban guerrilleros a fomentar la subversión en los países pobres, Washington mandaba voluntarios altruistas a mejorar las condiciones de vida de sus gentes. De cara al frente doméstico, la iniciativa también poseía atractivos: al reclutar jóvenes con sed de justicia los sustraía del campo de la izquierda movilizada contra la guerra de Vietnam y el racismo, a la vez que complacía a la opinión pública bienpensante, deseosa de que la política exterior de su país ofreciera algo distinto de las intervenciones con marines y los golpes de Estado maquinados por la CIA.

Segundo, la situación interna en Bolivia. En un contexto de creciente desconfianza en el desarrollismo patrocinado por Estados Unidos, una unidad del ejército adiestrada por asesores de la CIA ejecutó al Che Guevara en octubre del ‘67. Su asesinato en cautiverio predispuso a una franja influyente de la opinión pública en contra de cualquier experto venido de Norteamérica.

Tercero, las polémicas ideológicas de la época. De un lado teníamos el neomalthusianismo alimentado por el temor a la “bomba demográfica”. La pesadilla de la superpoblación mundial movió a las agencias de ayuda al desarrollo a fomentar el control de la natalidad. La clase política estadounidense, en particular, se mantuvo convencida de que la ralentización del crecimiento de la población resultaba indispensable para contrarrestar el aumento de la pobreza… hasta que Ronald Reagan llegó al poder y quebró ese consenso al abrazar la política “pro-vida” de los evangélicos.

Del otro, el rechazo de la izquierda al control de la natalidad. La certeza de que encubría una maniobra imperialista para subyugar a las naciones del Tercer Mundo arraigó con fuerza en el imaginario latinoamericano. Que Washington y el Banco Mundial condicionaran su ayuda económica a la adopción de la planificación familiar no hizo más que fortalecer esa convicción. De la misma opinión se mostraban los científicos estadounidenses de la revista Science for the People. En sus páginas denunciaban que la colonización de los cuerpos femeninos por medio de la tecnología y la medicina modernas fungiría como “un arma contra la revuelta de los oprimidos”.

Moscú compartía el rechazo. En el diccionario soviético de filosofía se lee: “La filosofía reaccionaria contemporánea exhuma las teorías malthusianas para hacer de ellas un instrumento de lucha contra los trabajadores, en favor de la expansión imperialista. Los sociólogos burgueses reaccionarios se declaran francamente partidarios de una reducción artificial de la población, es decir, del exterminio de la parte ‘superflua’ de la población trabajadora, pretendiendo con ello, suprimir todos los males del capitalismo”. Los presentimientos acerca de estos planes se condensaron en un eslogan destinado a la fama: “Es más fácil matar a un guerrillero en el vientre de su madre que en las montañas”. La frase adjudicada al Che daba a entender que el imperialismo quería ahorrarse la lucha con los futuros insurgentes mediante una guerra biológica preventiva.

Por último, la índole de la misión del Cuerpo de Paz. Entre sus objetivos figuraba la distribución de anticonceptivos e información sobre planificación familiar; y la implementó con el visto bueno del Ejecutivo boliviano (detalle que luego se pasó por alto). Mas se daba el caso de que la superpoblación no preocupaba en lo más mínimo a la ciudadanía; antes bien, se pensaba que el país se hallaba poco poblado; y las familias campesinas veían en los niños un valioso capital humano. La misión ignoraba estas y otras circunstancias locales.Sus voluntarios caían “en paracaídas”, sin hablar el idioma y desconociendo la historia, cultura, política y economía de su lugar de actuación.

Todo este contexto propició que un rumor sirviera de inspiración a un colectivo de cineastas, y, a través de su relato cinematográfico, se tornara una narrativa dominante en Bolivia primero, y en América Latina después. Sanjinés y los suyos repudiaban la sociedad mestiza “corrompida” por la modernización al estilo norteamericano y defendían el retorno a las raíces. No cuestionaban solamente lo forzoso de las esterilizaciones sino el control de la natalidad en sí; la distribución de DIUs se les antojaba un crimen inadmisible. La hostilidad al feminismo, tachado de colonialismo cultural o de reformismo pequeño-burgués, sumada a la prédica del cristianismo tercermundista —completamente patriarcal en lo que a la mujer concernía— motivó a una fracción importante del progresismo boliviano a sostener que la contracepción constituía una forma de genocidio.

¿Y si en vez de satanizar la acción del Cuerpo de Paz hubieran señalado su insuficiencia y exigido al Estado medidas de planificación familiar y anticonceptivos (aborto incluido), y por esta vía empoderar a las mujeres permitiéndoles controlar su reproducción? La opción no figuraba en sus programas ni en sus mentes. La izquierda nacionalista —persuadida de que la soberanía del país requiere una población numerosa— y el marxismo vernáculo —en teoría partidario de la liberación de la mujer, en la práctica relegándola a las calendas griegas de la revolución— no querían ver lo que hoy parece obvio: el avance femenino logrado gracias a los anticonceptivos modernos.

¿Y qué había de cierto en el supuesto designio de “matar al guerrillero en el vientre de su madre”? A nuestro juicio era una interpretación equivocada de la planificación familiar promovida por el Cuerpo de Paz. Su sentido se capta si se la integramos en el marco conceptual que la inspiraba: la teoría de la modernización de Walt Whitman Rostow, el asesor de Kennedy. Su concepción etapista y evolucionista del curso histórico proponía como solución del atraso tercermundista la rápida incorporación de los dones de la modernidad: alfabetismo, individualismo, medios de comunicación masivos, consumismo, desarrollo del sector privado, urbanización… y control de la natalidad. Una modernización que se introduciría “desde arriba” y “desde fuera”, pues se presumía que los países subdesarrollados eran incapaces de impulsarla por sí solos. Más que reducir el número de anti-imperialistas en potencia se quería demostrar que el capitalismo made in USA aseguraba una vida mejor que el colectivismo marxista que La Habana intentaba exportar al sub-continente.

Para Molly Geidel, especialista en el Cuerpo de Paz, Rostow proponía una acción disruptiva desde el exterior que sacase a los campesinos de su tradicional pasividad. En su esquema “las mujeres aparecían mayormente como cuerpos cuya sexualidad y fertilidad planteaban una amenaza al desarrollo al producir atraso y una pobreza excesiva”. En otras palabras: el control de la natalidad defendido por el experto no se ponía al servicio de la mujer sino de la expansión capitalista. Geidel subraya la centralidad del género y las políticas sexuales “en los discursos modernizadores como en las ideologías culturales anti-imperialistas y nacionalistas”. Los varones extranjeros y los autóctonos veían el cuerpo femenino como un vientre reproductor cuyo control se disputaban; los primeros para modernizar; los segundos para construir nación. Geidel cita una escena de Sangre de Cóndor que expresa esa pugna sin sutilezas: los voluntarios ofrecen comprar a una campesina los huevos que lleva al mercado: ella les vende uno, mas ellos quieren TODOS. Y la feminista aymará Julieta Paredes recuerda que “las izquierdistas de los años ‘60 y ‘70 también estaban constreñidas por esa lógica patriarcal que concebía a las mujeres como reproductoras”. A su juicio era imperativo que las bolivianas rompiesen con “la ideología del desarrollo, el nacionalismo reactivo que provocaba, y los binarismos que tan violentamente imponían en sociedades de por sí desiguales”.

A este respecto el progresismo boliviano no tenía nada de excepcional; simplemente reflejaba el espíritu de los tiempos. En línea similar, en la Argentina de 1974 los Montoneros —peronistas de izquierda—, coreaban “A procrear, a procrear, que lo manda el general” en apoyo al decreto de Perón que restringía la difusión y el uso de anticonceptivos. ¿Justificación de la normativa? Los intereses extranjeros que desalentaban “el crecimiento de las familias, promoviendo el control de la natalidad, desnaturalizando la fundamental unción maternal de la mujer y distrayendo en fin a nuestros jóvenes de su natural deber como protagonistas del futuro de la patria”, decía en su texto.

De esos polvos, estos lodos. El argumentario de la izquierda nacionalista en el escándalo del Cuerpo de Paz le sirvió en el año 2013 a la iglesia boliviana para objetar una iniciativa para despenalizar el aborto: “Estas iniciativas de muerte son impulsadas por fundaciones extranjeras que contando grandes medios económicos a su disposición, presionan e imponen estas políticas imperialistas con el fin no declarado de lograr el control de la natalidad y la limitación de la población de los países en vía de desarrollo como el nuestro”, condenó el arzobispo Sergio Gualberti.

Cuatro años más tarde, Evo Morales tomó el testigo y escribió en su cuenta de Twitter: “Un día como hoy en 1962, llegaron al país 35 voluntarios del Cuerpo de Paz desde EEUU. Debemos recordar que en 1971 el gobierno de Juan José Torres decidió la expulsión del Cuerpo de Voluntarios por las denuncias comprobadas de ejecución de Programas de Control de Natalidad”. Y en un tuit de 2018 se hizo eco del bulo de la esterilización: “Como hoy, 1961, EEUU creó el ‘Cuerpo de Paz’, que en 1971 fue expulsado de Bolivia por esterilizar mujeres indígenas y mineras”.

Con estos antecedentes de fondo, Morales formuló en 2021 sus declaraciones sobre el Covid-19. En ellas bosqueja una típica teoría de la conspiración. Como es habitual en estas narrativas, imputa un mal que asola a la sociedad (la pandemia) a la acción intencionada y secreta de un Otro malévolo (Estados Unidos) que amenaza a un Nosotros (los “pueblos humildes”). La Bolivia de fines de los años ‘60, hemos visto, era un caldo de cultivo propicio para tales relatos, y a juzgar por las palabras de Evo, lo sigue siendo. En la acusación de este heredero del anti-imperialismo cultural de los ‘70, resuena el apotegma del Ché y reaparece el cargo contra el Norte de genocidio planificado.

Los estudiosos discrepan sobre el alcance político del conspiracionismo. Para unos es reaccionario u oscurantista, y lo ejemplifican con las fantasías xenófobas sobre la sustitución de la raza blanca por los inmigrantes, los discursos antisemitas sobre conjuras judías, etc. Otros aducen que, en ocasiones, pueden cobrar un sentido progresivo: el miedo a una trama de especuladores de cereal que preparó el terreno a la revolución francesa, o el imaginario complot de la banca que incentivó la legislación anti-trust en Estados Unidos a finales del siglo XIX. En el caso aquí estudiado se nos dirá que atizó el anti-imperialismo sudamericano. Vale, pero ¿a qué precio? Visto en retrospectiva, se aprecia con claridad que el cuerpo de las bolivianas se vio convertido en el campo de batalla entre la modernización propugnada por el Norte y una izquierda para la cual quien defendiera los anticonceptivos se denunciaba como agente del imperialismo. La expulsión del Cuerpo de Paz, celebrada como una derrota de la injerencia foránea y del control de la natalidad, desarmó a las mujeres ante la penalización del aborto dictada por la dictadura de Banzer: la ley aún vigente que hace de Bolivia uno de los países más restrictivos en interrupción del embarazo de América Latina.










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