martes, 21 de junio de 2022

A propósito de la cumbre de la OTAN, Ucrania y la Des-UE


“Una guerra de exterminio que alcanza la destrucción de ambas partes, y con ello de todo derecho, sólo haría posible la paz perpetúa sobre el gran cementerio del género humano. Tal guerra, por tanto, ha de ser prohibida en absoluto, así como el uso de los medios que condujeran a ella”. (Para la Paz perpetua, Immanuell Kant 1795). 

Por Jesús Jaén Urueña

Puede haber sido un espejismo, pero tras la invasión de Putin a Ucrania, parecía que hubiese renacido un espíritu europeo en defensa de los derechos humanos y de la soberanía de un país que ha sido arrasado por las bombas. La ofensiva de las tropas rusas fracasó en varios frentes gracias a la heróica resistencia de la población y de las tropas ucranianas y, porqué no decirlo, a la ayuda militar de los EEUU, Reino Unido y la UE. Putin se vió obligado a cambiar su estrategia militar pasando de la guerra relámpago para cambiar el gobierno de Zelenski, a desplazar sus tropas hacia el Este intentando consolidar sus conquistas en Crimea y Donbass. 

Hoy la guerra se libra en varios frentes. Uno de ellos, el más importante es el militar, pero hay otros escenarios políticos y económicos. Las sanciones impuestas desde la UE, EEUU y otros países a Rusia, no han hecho retroceder a Putin; entre otras cosas, porque no han interrumpido el comercio del gas y otros productos. Unos 800 millones de euros salen cada día de los países europeos hacia Moscú.

Además, mientras Ucrania depende al cien por cien de las ayudas internacionales, Rusia, tiene toda la producción militar en su suelo. La guerra ha entrado ahora en un complicado escenario de resistencias y contraofensivas en todos los terrenos: militar, político y económico. Mientras tanto, el régimen de Wladimir Putin puede mantenerse gracias a un fuerte respaldo interno, el apoyo de China y las contradicciones de la UE.

La cumbre de la OTAN en Madrid

Las organizaciones y los movimientos por la paz tienen motivos suficientes para salir a las calles ante la cumbre de los días 29 y 30 de junio. El papel de la OTAN dista mucho de ser una alianza en favor de la paz y de los derechos humanos como nos la quieren representar los medios y los gobiernos. De los 30 países que componen la OTAN, varios no pasan el corte democrático como Turquía, Hungría o Polonia. El historiador británico E.P. Thompson se refería a la OTAN en los años 80 como una “bestia política que no contempla preocuparse de las libertades humanas”. Las intervenciones de la OTAN en Irak o Afganistán son un ejemplo. 

Sin embargo la OTAN no puede ser una coartada para silenciar los crímenes de Putin. Los doscientos mil soldados que ocupan una parte de Ucrania no son de la OTAN, sino rusos, chechenos o bielorrusos. Ciudades como Mariupol han sido arrasadas no por los aviones norteamericanos, sino por la artillería rusa que día a día machaca objetivos civiles. No fueron Zelenski ni su gobierno los que agredieron a Rusia el 24 de febrero, sino el régimen de Wladimir Putin el que ocupó nuevas regiones de Ucrania. Que algunas personas y organizaciones quieran cambiar los hechos es inmoral. El argumento de que Putin ha tenido que responder ante el acoso de la OTAN tampoco se sostiene, porque igual de amenazados se deberían sentir los polacos, finlandeses, lituanos, estonios o ucranianos con respecto al imperialismo ruso. Todos los hechos vienen a confirmar que detrás de esta invasión a Ucrania (como en el 2014), hay un intento por parte del régimen autoritario de W. Putin por recuperar la “grandeza” del imperio zarista o de la URSS. 

El escritor George Orwell escribía en 1946 acerca del falso pacifismo surgido a raíz de la declaración de guerra de Hitler a los países aliados: “a menudo los pacifistas ingleses y estadunidenses parecen más hostiles a la democracia capitalista que al totalitarismo”. Parece que la historia se repite. La inmensa mayoría de los convocantes a la marcha contra la cumbre de la OTAN en Madrid, no movieron un dedo cuando Putin invadió Ucrania. Han dejado solas a miles y miles de familias ucranianas que todos los domingos se manifiestan en diversas capitales de España. Algunas de estas organizaciones apoyan sin pudor a Putin haciendo suya la patraña de la desnazificación de Ucrania. No son los derechos humanos, las libertades ni la paz mundial lo que mueven estas convocatorias, sino un rancio sentimiento político heredero de la guerra fría. 

La Des-UE inmersa en la doctrina Chamberlain 

Se cuenta que las ucranianas y ucranianos han inventado un término nuevo en referencia a Emmanuell Macron que es el de macronear (dícese de persona que habla y habla sin comprometerse a nada). Alemania, Italia y Francia componen el grupo de países que intentan una mediación con Putin. En su caso tampoco es por vocación humanitaria ni pacifista. Su posición está determinada por intereses políticos y económicos. La dependencia respecto al gas ruso y la presión de una gran parte de las sociedades civiles (se calcula que cerca del 50% apoyaría un acuerdo inmediato con Putin), son los motivos de este alineamiento. 

Macron toma prestado un argumento que se ha hecho fuerte entre la realpolitik que consiste en afirmar que: hay que darle una salida honrosa a Rusia y que no se puede humillar a Putin. Pero si a este argumento se le da la vuelta podríamos decir lo contrario: humillemos a Ucrania y obliguemos que acepte la amputación de sus territorios del Este. Es ni más ni menos la versión de Chamberlain en el siglo XXI. Si continuamos con ese hilo de razonamiento, hoy aceptaremos que Crimea y Donbass sean territorio ruso, mañana los países Bálticos y cada país colindante con el imperio ruso tendrá que consultar a Putin si puede firmar cualquier tratado político, económico o militar. La lógica de aceptar que el régimen de Putin actúe como juez y árbitro significa liquidar cualquier proyecto de carácter democrático en determinadas zonas de Europa. El resultado de esa realpolitik será, entre otros, la radicalización nacionalista de numerosos países y la preparación de futuros conflictos. 

Se habla muchas veces de que Europa debe tener una voz propia, estoy de acuerdo. Pero para ello deberán cambiar los criterios. Tenemos ejemplos muy cercanos. Durante la crisis económica del 2007 Alemania y los países del norte marcaron unas políticas de austeridad que arruinaron a Grecia, España y Portugal. En cambio, tras la pandemia de la covid-19, se desarrollaron otras políticas financieras que han permitido abordar la crisis mejor. Sin que eso signifique un cambio en los paradigmas económicos liberales de la UE, no es lo mismo rescatar personas arruinadas que bancos. 

Frente a la invasión del ejército ruso a Ucrania se despertó un movimiento europeo de solidaridad como nunca habíamos visto. Es cierto que todo eso que vivimos, entre finales de febrero y comienzos de mayo, tiene grandes limitaciones, pero mejor la solidaridad que la indiferencia. La UE está inmersa todavía en la crisis del Brexit y se enfrenta a desafíos históricos. Hasta el momento el proyecto europeo ha sido un proyecto marcado por el imperio de la economía y de las finanzas. Se han favorecido políticas neoliberales, es decir, la mayor concentración de la riqueza en las élites de la sociedad. Ha aumentado la desigualdad social y fiscal en detrimento del salario y los derechos de las clases trabajadoras. Se está arruinando el campo y a las familias más desprotegidas. Se privilegia el crecimiento económico sobre los proyectos medioambientales y sostenibles, y a excepción de la crisis ucraniana, se ha ignorado y abandonado a los millones de refugiados sirios y subsaharianos. A todas estas emergencias se une ahora la guerra. El peligro es seguir dando alas a los nacionalismos autoritarios como el de Mateusz Morawiecki o Viktor Orbán. 

Es necesario actuar en todos los frentes. No podemos confiar en los jefes de Estado ni de gobierno. No podemos dejar las manos libres a las organizaciones políticas, económicas o militares supranacionales. Todo depende de nosotras y de nosotros: la ciudadanía europea. El proyecto de la Unión es alentador pero debe construirse sobre otros valores distintos a los que han prevalecido. Es la hora de la justicia social, la igualdad, las libertades y los derechos humanos, las políticas ecológicas y de las mujeres europeas: húngaras, polacas, ucranianas, francesas, españolas, alemanas, danesas o belgas…. todas con los mismos derechos y libertades.

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