miércoles, 31 de agosto de 2022

La guerra contra Ucrania

 ENTREVISTA A UN SOCIALISTA UCRANIANO

Ilustración para Sotsialniy Rukh de Katya Gritseva, 2021, digital art, Kharkiv

Andrei             Publicada en Viento Sur

New Politics formuló las siguientes preguntas a Andrei, miembro de la organización socialista ucraniana Sotsialnyi Rukh (Movimiento Social).


NP: ¿Cómo valoras la actual situación militar?

A: Rusia ha reconocido su derrota en su intento de librar una guerra relámpago, o batalla general, y ha emprendido una guerra de desgaste. Putin cree que con el tiempo el apoyo a Ucrania se debilitará, la presión de las sanciones disminuirá progresivamente y Ucrania será incapaz de mantenerse sola frente a Rusia. Como podemos ver, tiene motivos para pensar así. Putin considera que le plena obediencia de la población rusa es su ventaja estratégica sobre Occidente, que a diferencia de las poblaciones de los países occidentales no le echarán en cara la elevada inflación ni los problemas económicos.

A su vez, la parte ucraniana intenta ganar el tiempo necesario para obtener armamento más pesado y formar unidades militares de reserva entre los movilizados. Tácticamente, esto se está convirtiendo en un lento intercambio de territorio por tiempo: las Fuerzas Armadas de Ucrania están retirándose sin sufrir más bajas que la parte rusa, lanzando periódicamente contraataques locales para mejorar su posición. El principal problema ahora es que las existencias de armas y municiones de tipo soviético en los países occidentales son limitadas, y la introducción de armas pesadas con los estándares de la OTAN requiere tiempo. Por ejemplo, la tarea inmediata del ejército ucraniano es una transición completa a la artillería estándar de la OTAN (ya que las existencias de proyectiles para la artillería soviética se están agotando). En circunstancias normales, esto podría llevar de seis a doce meses, pero ahora hay que hacerlo en dos o tres meses. Más o menos lo mismo habrá que hacer con los tanques, los sistemas de defensa aérea y, sobre todo, la aviación.

Rusia no ha cambiado sus objetivos de destruir el Estado ucraniano, pero sí sus métodos. El futuro de la guerra no puede predecirse claramente ahora ‒la guerra en general es algo impredecible‒. Sin embargo, ya está claro que será un enfrentamiento largo y sangriento durante un año o más.

NP: ¿Crees que el gobierno ucraniano está tomando medidas para la continuación de la lucha o que esto le viene dictado desde el exterior? (Un informe de la prensa ucraniana parecía sugerir que Boris Johnson había sido decisivo a la hora de frustrar las negociaciones.)

A: Se plantean dos cuestiones. En primer lugar, ¿qué podría utilizar Boris Johnson para ejercer esa presión? Está claro que se podría obligar a Ucrania a hacer concesiones negándole más ayuda. Pero no está claro qué se podría utilizar para coaccionar a las autoridades ucranianas para que intensifiquen los combates. En segundo lugar, ¿cómo podría venderse esa escalada a las élites locales y a la población si no la quieren? En realidad estamos viendo lo contrario, es decir, que la posición de Zelensky es bastante moderada y es un compromiso entre las posiciones polarizadas de la sociedad ucraniana.

Zelensky ha declarado oficialmente que algunos países occidentales han presionado a Ucrania para que haga concesiones con el fin de evitar la continuación de la guerra. En esta situación, está claro que la posición proucraniana de un país tan influyente como el Reino Unido podría haber influido en los dirigentes ucranianos, pero más bien en el sentido de infundir esperanzas de que Ucrania recibirá apoyo y no se quedará sola. Porque, por supuesto, todo el mundo en Ucrania entiende que sin un apoyo externo serio, Ucrania no puede ganar la larga guerra de desgaste con Rusia.

NP: ¿Está el pueblo ucraniano en condiciones de evaluar si debe seguir luchando y qué concesiones, si las hay, debe hacer, dado que el gobierno ucraniano no publica las cifras de víctimas, lo que hace muy difícil juzgar con precisión la situación?

A: Hay mucha confusión sobre lo que se entiende por concesiones ucranianas. Si nos referimos al territorio ocupado por Rusia después del 24 de febrero, las pérdidas militares tendrán poco efecto en la percepción de la población sobre la concesión de estos territorios. Esto se debe simplemente a que los ucranianos han visto lo que hicieron los rusos en Bucha y Mariúpol y comprenden que cualquier opción que no sea la devolución de estos territorios provocará muchas más bajas que la continuación de la guerra. Según los funcionarios, Ucrania ya ha perdido muchos más civiles que militares, y no está claro cómo puede cambiar esto, dado que los rusos no están cambiando su actitud hacia los civiles.

La situación de los territorios tomados antes del 24 de febrero ‒Crimea y los distritos ocupados de las regiones de Donetsk y Luhansk‒ es completamente diferente. Hay opiniones encontradas sobre estos territorios. Algunos creen que deben ser recuperados por la fuerza militar, otros creen que no debe haber un esfuerzo para recuperarlos militarmente, pero tampoco deben ser reconocidos como territorio ruso, y quizás hay una pequeña minoría dispuesta a reconocerlos como territorio ruso. El consenso promovido por las autoridades en este momento es que Ucrania siga considerando estos territorios como propios, pero con el compromiso de no intentar recuperarlos militarmente.

Zelensky sigue insistiendo en que la recuperación de los distritos ocupados y Crimea por medios militares no es posible y no merecen las posibles pérdidas militares, una posición que no ha cambiado desde que comenzó la guerra. Sin embargo, hablar de esto, en cualquier caso, solo puede venir después de la expulsión de las tropas rusas a las fronteras que existían antes del 24 de febrero, lo que todavía está muy, muy lejos. Y Putin nunca ha sugerido nada de eso.

NP: ¿Qué opinas de las declaraciones del exsecretario de Estado estadounidense Henry Kissinger? Según él, “las negociaciones deben comenzar en los próximos dos meses antes de que se produzcan revueltas y tensiones que no serán fáciles de superar. Lo ideal sería que la línea divisoria fuera la vuelta al statu quo anterior. Llevar la guerra más allá de ese punto no tendría que ver con la libertad de Ucrania, sino con una nueva guerra contra la propia Rusia”.

A: Esta es la respuesta a todos los izquierdistas occidentales que intentan enfrentar al imperialismo estadounidense con el ruso. Kissinger ve a Putin como su hombre. El arquitecto de la Operación Cóndor está ciertamente cerca de los objetivos de Putin de desnazificación, o sea, la eliminación de los activistas descontentos con las acciones del Estado imperialista. Al igual que Putin, está acostumbrado a un mundo dividido en esferas de influencia entre los grandes Estados. Estas grandes potencias pueden hacer lo que quieran dentro de su esfera de influencia: llevar a cabo genocidios, violar los derechos humanos, etc. A veces estas esferas se redistribuyen como resultado de negociaciones o guerras. Pero para Kissinger y Putin, las guerras nunca deben enfrentar directamente a una gran potencia con otra.

Putin se siente incómodo con el mero hecho de que Occidente intente promover valores que pretenden ser universales: para él, es una violación de su soberanía. Por soberanía entiende la capacidad de matar a personas indeseables en su esfera de influencia. Debemos decir abiertamente que existen valores universales para todos los habitantes del planeta. Si se violan en cualquier parte del mundo, el mundo está obligado a intervenir, independientemente de las zonas de interés o esferas de influencia de otras potencias.

El contenido de estos valores puede y debe ser discutido y revisado en igualdad de condiciones; cualquier país puede ofrecer su visión, pero nadie puede desentenderse so pretexto de su soberanía. Los tiranos que matan a sus propios ciudadanos, tarde o temprano empezarán a matar a sus vecinos. La soberanía no tiene ni puede tener fronteras claras y permanentes. Todos vivimos en un solo mundo, en el mismo planeta. El aislacionismo es una idea fallida que utilizan los tiranos para que nadie les impida cometer crímenes. Trump, Putin, Kissinger, los monarcas del mundo árabe, el Partido Comunista Chino, los islamistas radicales: todos ellos se oponen de una manera u otra a la idea de los valores universales.

No siempre fue así. En la década de 2000, por ejemplo, Putin intentó crear su sistema de valores combinando el consumo occidental y el paternalismo soviético. Sin embargo, las protestas prooccidentales en Moscú en 2011 y la victoria de las revoluciones prooccidentales en Georgia y Ucrania mostraron el completo fracaso de este sistema de valores en abierta competencia con los valores occidentales (esto no significa que los valores occidentales en forma de democracia liberal sean ideales). Fue después de esto cuando Putin recurrió a la violencia pura y dura.

Las Naciones Unidas tienen un papel clave que desempeñar en el desarrollo de los valores universales a escala mundial. La ONU debería deshacerse del sistema de miembros permanentes del Consejo y empezar a desempeñar el papel de plataforma para un debate continuo sobre el futuro del mundo: lo que debería ser y cómo llegar a él. El revanchismo aislacionista es una amenaza muy seria para el mundo. Tenemos que resistir tanto repeliendo la amenaza externa en el caso de nuestro país como luchando contra los políticos que nos ofrecen compromisos con los dictadores basándose en la idea de que lo que hacen en casa no es asunto nuestro.

NP: ¿Cuál ha sido el impacto de la guerra en las distintas fuerzas de izquierda: socialistas, movimiento obrero, anarquistas, movimiento de mujeres? ¿Se está fortaleciendo o debilitando la derecha? ¿Cuáles son las tendencias que ves cuanto más dure la guerra?

A: La posición de todas las fuerzas políticas ha cambiado de forma muy contradictoria. Por un lado, la guerra, al convertirse en una amenaza existencial, unió a todas las fuerzas políticas, a todos los grupos de población y a todas las clases sociales. El primer mes fue una especie de renacimiento de la nación, cuando todas las viejas disputas y desacuerdos (lingüísticos, regionales, de clase, culturales, políticos) pudieron resolverse fácilmente para un propósito más importante y comprensible. (¡Tal vez así sería el comunismo!) Los pocos actores políticos que intentaron empezar a sacar provecho político de la guerra fueron condenados incluso por sus propios partidarios.

Sin embargo, la retirada de los tanques rusos de Kyiv supuso una gran diferencia. La amenaza existencial real ha sido sustituida por una amenaza potencial, lo que hace que sea fácil de ignorar. La unidad popular empezó a resquebrajarse. Las empresas empezaron a buscar formas de trasladar los costes de la guerra a los trabajadores y consumidores, las fuerzas de seguridad buscaron formas de aumentar su poder, la población se preguntó por qué las autoridades no se habían preparado para la guerra, los partidos políticos empezaron a culparse mutuamente de los problemas de Ucrania y volvieron las guerras lingüísticas y culturales.

También volvieron todos los estereotipos y prejuicios. Conocidas feministas, por ejemplo, informan de que no pueden alquilar una oficina simplemente porque dicen representar a una organización feminista. Se podría decir que estamos volviendo a vivir como antes. Sin embargo, esto se ve agravado por: a) la ley marcial, que reduce drásticamente las posibilidades de criticar a las autoridades; b) el empobrecimiento masivo de la gente; y c) la pérdida por emigración de una enorme cantidad de población.

Por lo tanto, la situación es muy contradictoria. Por un lado, hay una movilización y una solidaridad públicas muy fuertes que aumentan en gran medida la participación política de la gente. Esto también ayuda a las organizaciones de izquierda (incluso en nuestra organización muchos miembros inactivos se volvieron activos al principio de la guerra). La participación masiva de una gran variedad de personas en el ejército ‒inclusive grupos vulnerables (LGBT, minorías étnicas, gitanos, activistas de izquierda)‒ dificultará que en el futuro los grupos de derecha acaparen la imagen del defensor de Ucrania como un hombre blanco necesariamente de derechas. En general, el principal enemigo de la izquierda ‒la apatía política y el deseo de mantenerse ajena a la política por parte de la mayoría de la población‒ parece haber sido derrotado. Es difícil estar fuera de la política cuando esa política comporta misiles disparados contra tu piso y tanques retumbando en tu calle.

Además, la ruptura total con la ideología de la antigua Unión Soviética significa que Ucrania se enfrenta a la necesidad de una rápida integración en la Unión Europea, lo que también juega a favor de la izquierda, ya que la UE es, por término medio, mucho más progresista que Ucrania y podemos hacer campaña a favor de políticas progresistas argumentando que tenemos que ser como Europa. Además, la extrema derecha ucraniana siempre ha sido mayoritariamente antieuropea, pues considera que Europa es un refugio para los LGBT, los socialistas y las feministas.

Sin embargo, todo esto no muestra una perspectiva inequívocamente buena para la izquierda. El gobierno ucraniano es neoliberal y la guerra no ha hecho más que empeorar esta situación. Sorprendentemente, mientras que todos los países europeos responden a las crisis económicas, incluso las más modestas, con medidas de izquierda ‒políticas fiscales expansivas, redistribución para nivelar las disparidades, impulso del pleno empleo a expensas de la inflación, etc.‒, en Ucrania se ha respondido con medidas neoliberales y un conservadurismo fiscal aún mayores. Esto ha llevado a un empobrecimiento masivo, que ha provocado un aumento de la delincuencia, y el Ministerio del Interior ha respondido legalizando las armas de fuego.

Ambas cosas están golpeando duramente a las organizaciones de izquierda: el empobrecimiento aparta a la gente del activismo, y la posesión masiva de armas conlleva el riesgo de que aumenten tanto la violencia de la derecha como la brutalidad policial (que a menudo son las mismas debido a la conexión de los activistas callejeros de la derecha con las fuerzas de seguridad). La ley marcial ‒la prohibición de las protestas y las huelgas, la concentración de los medios de comunicación‒ dificulta enormemente la lucha contra este estado de cosas. En muchos sentidos nos vemos obligados a utilizar activamente nuestras conexiones occidentales para influir al menos en las acciones de nuestro gobierno.

En lo que respecta a las perspectivas a largo plazo, el destino de la izquierda en Ucrania está estrechamente ligado al desenlace de esta guerra. Si Ucrania acaba perdiendo ‒pierde más territorio o soberanía, sufre enormes e irreparables pérdidas económicas sin una compensación adecuada, pierde la perspectiva de la integración europea‒, existe un grave riesgo de que aumente el apoyo a la derecha. Sin una perspectiva clara, es fácil que se extiendan en la sociedad diversas ideologías extremistas que, por supuesto, se basarán en el odio tanto a Rusia, que robó nuestro país, como al mundo occidental, que abandonó a Ucrania a su suerte. La situación en Chechenia (República de Ishkeria) puede servir de ejemplo. Antes de la primera guerra, Chechenia era un país bastante secular, pero se convirtió en un centro de atracción para el islamismo radical después de que los acuerdos de Jasavyurt le privaran de la posibilidad de convertirse en un Estado independiente. Estas ideas radicales y extremistas suelen ser la consecuencia de la incapacidad de defenderse por otros medios más razonables y realistas.

Por otro lado, si Ucrania no pierde (aunque difícilmente podamos llamar a eso una victoria) y mantiene los recursos necesarios para un progreso social efectivo, la izquierda tendrá muy buenas perspectivas. La integración europea exigirá que la sociedad se mueva en una dirección más progresista. Será difícil para la derecha consagrarse como los que ganaron la guerra porque la participación en el ejército es muy masiva y relativamente inclusiva. Veremos a un gran número de personas adquirir experiencia en la autoorganización mediante el voluntariado y la ayuda al ejército. Estas habilidades sociales no se pierden.

La demanda de un cambio social progresivo en la sociedad y de una menor influencia del dinero en la política ucraniana es muy fuerte; de hecho, en su discurso, Zelensky ha coqueteado constantemente con estos temas, aunque, por supuesto, su política tiene poco que ver con sus palabras. El país también tendrá que afrontar la cuestión de la reindustrialización y del desarrollo de la ciencia y la educación ‒cuestiones que desde hace mucho tiempo preconiza y promueve la izquierda en Ucrania‒, que en el futuro también serán esenciales para la construcción de un sector de defensa fuerte.

Ciertamente, no hay ninguna garantía de que en la construcción de la posguerra la izquierda sea capaz de conseguir necesariamente el apoyo de la población. La misma integración europea puede llevarse a cabo tomando prestado todo lo peor de la UE, pero no aceptando lo bueno de ella. Todo esto estará sujeto a la lucha política, pero la tendencia en su conjunto contribuirá al crecimiento del sentimiento de izquierda y al éxito de las organizaciones de izquierda.

NP: ¿Te preocupa que si Occidente proporciona armas cada vez más potentes a Ucrania, esto provoque un ciclo de escalada de violencia que acabe destruyendo a Ucrania?

A: Escalada se ha convertido en la palabra más importante en el actual debate internacional en torno a esta guerra. De nuevo, al igual que con la palabra concesiones, existe una ambigüedad muy peligrosa que es preciso dilucidar. La primera cuestión es la escalada en Ucrania. A excepción de las armas de destrucción masiva (ADM), la Federación Rusa ha utilizado todo tipo de armas, incluso dentro de zonas pobladas: bombas de gran tamaño, lanzallamas pesados, misiles (incluidos los hipersónicos), municiones incendiarias de racimo, etc. Rusia no tiene armas más pesadas para usar en Ucrania. Además, Rusia ya ha cometido todos los crímenes de guerra posibles: en efecto, ha llevado a cabo un genocidio en los territorios invadidos. No hay ningún tipo de objetivo que Rusia no haya atacado ya. En este momento le quedan dos herramientas de escalada: la movilización y las armas de destrucción masiva.

La primera es imposible debido a la naturaleza del régimen ruso, que se basa en la pasividad del pueblo y en el contrato básico “nadie debe nada a nadie: el Estado no debe nada a la población y la población no debe nada al Estado”. Romper este contrato llevaría muy probablemente a la muerte del régimen. Muchos esperaban una movilización el 9 de mayo, pero no se produjo.

El uso de armas de destrucción masiva tampoco parece una amenaza real por el momento. Ni los servicios de inteligencia occidentales ni la mayoría de los analistas militares creen que se estén planteando esas opciones. Las armas de destrucción masiva no le darán nada a Putin en el plano militar, pero cambiarán mucho la actitud del mundo hacia la guerra: una intervención militar de los países de la OTAN en una situación así es muy posible. Putin trata de parecer un loco, pero no lo es. Sus acciones son bastante lógicas para un tirano que trata de conservar el poder, pero se basan en información incorrecta sobre el mundo (Putin la obtiene solo de los informes de sus subordinados, que se ciñen a contar los hechos que le agradan). La escalada en Ucrania es imposible porque el ejército ruso ya está luchando a su máxima capacidad sin ninguna restricción.

El otro problema, mucho más real, es la escalada de Rusia fuera de Ucrania. No, por supuesto que Rusia nunca atacará a la OTAN, pero hay muchas formas de agresión híbrida que ciertamente utiliza: guerra comercial (cortar el gas en invierno, por ejemplo), provocar una crisis alimentaria o detener la ayuda humanitaria en Siria, ataques cibernéticos a gran escala contra infraestructuras críticas, asesinatos políticos y ataques terroristas (como con los depósitos de armas checos), venta de armas pesadas a varios grupos terroristas. Por supuesto, parece insignificante comparado con lo que está ocurriendo ahora en Ucrania, pero es un gran problema para los políticos occidentales.

Tales acciones desencadenarán una reacción, y en la actual situación tan acalorada podría desencadenar una espiral de escalada con resultados imprevisibles. Los políticos occidentales tienen miedo de dar el primer paso en esta confrontación, por lo que sus políticas siguen siendo reactivas.

No hay nada malo en este intento de proteger a sus países de los posibles costes de esta guerra. Sin embargo, no es necesario encubrir la preocupación por ellos mismos con el disfraz de la preocupación por Ucrania. La sociedad occidental tiene que adoptar una visión sobria de los peligros que plantea Rusia y, en primer lugar, desarrollar mecanismos de defensa. Y un segundo punto importante que hay que recordar es que la inacción también puede afectar a la capacidad de Rusia de utilizar ataques híbridos contra los países occidentales. Fue la inacción y la falta de una estrategia clara, con la esperanza de qué pasa si no funciona, lo que nos llevó a esta guerra.

NP: ¿Cuáles son vuestros objetivos a corto y largo plazo?

A: Lo primero que hay que entender es que esta guerra puede ser muy larga, mucho más de lo que mucha gente piensa actualmente. No será uniforme en cuanto a intensidad, pero no terminará por completo hasta dentro de mucho tiempo. Los objetivos a corto plazo en estas circunstancias son lo que se necesita ahora mismo en el contexto de la guerra. El objetivo a largo plazo es algún tipo de transición a un mundo de posguerra, cuya configuración es casi imposible de predecir ahora mismo.

El principal objetivo a corto plazo es, por supuesto, ayudar a Ucrania a ganar la guerra. Principalmente con este propósito trabajamos con nuestros amigos extranjeros de varias organizaciones progresistas de todo el mundo. Intentamos que el tema de Ucrania no desaparezca del discurso público y tratamos de promover los intereses de Ucrania. Lo hacemos, en primer lugar, contrarrestando los mitos creados en torno a Ucrania y la guerra por la propaganda rusa y diversos estereotipos. Apoyamos lo que nuestro Estado promueve en términos de suministro de armas, sanciones y confiscación de activos rusos.

También intentamos hablar de los tipos de apoyo de los que nuestro gobierno no habla. El más importante es la cancelación de la deuda internacional ucraniana. Es importante no solo para aliviar la situación financiera de Ucrania, sino también desde el punto de vista político. La deuda ha sido durante mucho tiempo una forma de ahogar el desarrollo de Ucrania, una forma de mantenerla en la periferia de Europa. Esto ha beneficiado tanto a las instituciones financieras internacionales como a las élites ucranianas, pero no al pueblo de Ucrania. Ha llegado el momento de ponerle fin.

Nuestros objetivos en Ucrania son principalmente humanitarios. Somos una organización pequeña y no podemos ayudar a todo el mundo, así que nos centramos en ayudar a las organizaciones afiliadas, a menudo sindicatos y diversas organizaciones de trabajadores y activistas.

Aunque creemos que la guerra no es el momento de ganar puntos políticos, también tenemos que hacer campaña política. Esto se debe a que algunos políticos han decidido que la guerra y la ley marcial son una buena forma de hacer aprobar proyectos de ley impopulares. El último ejemplo atroz es el proyecto de ley 5371, que esencialmente destruye los derechos del personal de las pequeñas y medianas empresas (que representan el 73 % de los empleadores). Es contraria a las normas de la UE y de la OIT (Organización Internacional del Trabajo) y fue aplazada hasta después de la guerra debido a la protesta pública. Intentamos por todos los medios disponibles evitar que se promulgue este proyecto de ley.

También ayudamos a los trabajadores que han sufrido las consecuencias de las decisiones de empleadores sin escrúpulos durante la guerra, con asesoramiento, asistencia jurídica y publicidad sobre sus problemas. Por desgracia, la unidad de la sociedad ucraniana empezó a resquebrajarse precisamente por el deseo de los empresarios de repercutir sus costes en los trabajadores.

A largo plazo, vemos un lugar para una Ucrania de posguerra en Europa, con una economía fuerte y autosuficiente, un ejército fuerte, un orden social justo y una participación popular masiva. Para ello necesitamos una fuerza política que aglutine a las organizaciones progresistas de base, ya sea un partido político u otra forma de organización política. Esta fuerza tendrá que trabajar activamente dentro y fuera de Ucrania. Nuestro destino está inextricablemente ligado a Europa. Queremos la integración europea, pero queremos la integración europea con los sindicatos europeos, los movimientos obreros y las iniciativas de base. No queremos una integración europea con grupos de presión empresariales y movimientos reaccionarios europeos.

Europa se encuentra ahora en una encrucijada; durante años se ha asegurado la riqueza de los países centrales trasladando los costes a la periferia. La guerra es una de las consecuencias del traslado de los costes de seguridad al este de Europa. Ya no se puede ignorar el fracaso total de este enfoque. La integración justa y equitativa de Ucrania en la UE puede sentar un precedente para una redistribución del poder dentro de la UE, y posiblemente una mayor integración e igualación de los niveles de vida entre los distintos países de Europa.
Otra cuestión importante será enmarcar los orígenes y las causas de esta guerra en el discurso público. Es importante porque no solo tenemos que poner fin a esta guerra, sino también aprender de ella y eliminar sus causas. Incluso ahora hay una lucha política al respecto. Para la derecha, Rusia es prácticamente un renacimiento del comunismo y de la Unión Soviética. No obstante, vemos que la Federación Rusa es líder en términos de desigualdad y colista en términos de compromiso cívico. Es una dictadura corporativa donde la gente se rige por el principio libertario de “haz lo que quieras mientras no toques mi vida privada”. Al suprimir la confrontación pública dentro del país, Putin ha externalizado el conflicto de clases, enviando a los más pobres a luchar contra enemigos extranjeros imaginarios para que no se enfrenten a sus verdaderos enemigos, la élite rica dentro del país.

Tenemos que demostrar que la desigualdad y los conflictos de clase no resueltos son tan peligrosos para la seguridad mundial como la tiranía. No es un mero asunto interno de los países. La desigualdad y las violaciones de los derechos de las personas que se derivan de ella deben convertirse en una causa de diversos tipos de sanciones internacionales tan importante como la tiranía.

Nuestra época ha sido calificada de globalización sin valores. Los capitalistas han invertido fácilmente en los negocios de tiranos y amos de la esclavitud sin pensar en la ética y la sostenibilidad de tales inversiones. No debemos descartar la globalización: crear fronteras es lo que quiere la derecha. Pero debemos construir nuestra cooperación global cumpliendo los requisitos de sostenibilidad y respeto de todos los derechos humanos (civiles, sociales, culturales, etc.). El intento de tomar atajos y seguir el camino de la reducción de costes a costa de las personas debe considerarse una amenaza para la estabilidad y la sostenibilidad del desarrollo. Las personas deben estar por encima de los beneficios. Y esto es exactamente lo que plantea el ataque de Rusia a Ucrania: Europa y el mundo tienen que elegir literalmente entre la vida de los ucranianos y los costes económicos del enfrentamiento con Rusia. Espero que el mundo pueda tomar la decisión correcta.

11/08/2022

New Politics       Traducción: viento sur

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