¿Tenemos claro lo que queremos? ¿Sabemos, como militantes socialistas, en qué se concretan nuestras aspiraciones de construir un mundo radicalmente distinto? ¿Podemos responder sin titubeos a preguntas sobre la naturaleza de la sociedad por la que luchamos? ¿El proceso económico seguirá funcionando a través de mecanismos mercantiles? ¿Prescindiremos del dinero? ¿Qué instituciones gestionarán la vida pública? ¿O no somos capaces de imaginar más allá de las experiencias históricas que nos han precedido?
Artículo publicado en la revista VIENTO SUR
GONZALO BÁRCENA
Es evidente que nos toca vivir tiempos melancólicos. Una época caracterizada por el debilitamiento extremo de la historicidad, en la que un tiempo histórico sin aparentes posibilidades de ruptura nos obliga a habitar en un presente eterno. Y aunque para Daniel Bensaïd no exista “una crisis de la utopía, sino del contenido del ideal”
[1], no está tan claro que, en realidad, sí estemos ante dicha doble crisis. Sea como fuere, esta reflexión nos pone ante el espejo y nos presenta uno de los retos más acuciantes para los revolucionarios de un mundo sin revolución: la urgencia de preconfigurar un horizonte convincente.
La desaparición de la ambición futurista y sus implicaciones para una política transformadora nos obligan a esforzarnos por superar la idea del presente como tiempo vacío, y revitalizar “una facultad que se encuentra adormecida: la de imaginar y de producir un futuro que no sea un mero pastiche de la sociedad ya existente”, como dice Martín Arboleda (2021: 19)
[2]. Y no es suficiente con repetir hasta la extenuación el mantra de que la izquierda carece de proyecto, pues ello únicamente observa algo que, en realidad, no entraña ninguna dificultad analítica, planteándolo sin ninguna intención propositiva y delegando en otros la tarea de pensar en un proyecto digno de tal nombre. Por eso, la asunción findelahistoricista se combate haciéndonos cargo de esa necesidad, y trabajando colectivamente por definir los fundamentos básicos de un proyecto que se nutra tanto de la experiencia histórica como de los problemas presentes a los que nos enfrentamos las clases dominadas. Concretar el contenido del ideal emancipatorio con el objetivo de arremeter contra el origen de nuestras desgracias: el modo de producción capitalista.
Pues bien, aunque el panorama sea desolador, no es cierto que nadie esté tratando de ponerle remedio. La intención de este texto es, simplemente, poner en valor y dar a conocer algunas de las notables excepciones que encontramos ante la parálisis generalizada, y ofrecer algunas de las referencias más importantes sobre propuestas organizacionales tas y de planificación económica para que quien quiera iniciarse en estos prometedores debates pueda acudir a la bibliografía de este texto.
Se esté o no de acuerdo con sus postulados, unos cuantos autores llevan décadas tratando de desarrollar corrientes teóricas originales en torno a modelos sobre cómo organizar el proceso productivo y, por lo tanto, la base de nuestra vida social, en una economía postcapitalista. Ello no quiere decir que propongan un modelo de sociedad cerrado, teorizando hasta el último de sus detalles, sino que plantean los principios fundamentales sobre los que debería basarse la producción, la distribución y el consumo. Y a pesar de que exponer estos modelos en abstracto suponga ignorar lo que para Jodi Dean y Kai Heron
[3] es el problema de nuestro tiempo, la transición (o lo que es lo mismo, la revolución), estas propuestas no dejan de ser algunas de las más valiosas aportaciones con las que contamos hoy en día para pensar nuestro futuro.
Aquí se presentarán, eso sí, únicamente los tres modelos más desarrollados y con mayor seguimiento
[4]: La Democracia Económica, de David Schweickart; el Parecon de Michael Albert y Robin Hanhel; y el Cibercomunismo, de Paul Cockshott y Allin Cottrell.
La utilidad del debate
Ante estas tres propuestas, cabe añadir algunas consideraciones acerca de cómo afrontar este debate. En primer lugar, no debe perderse de vista que, como Marx y Engels (1846)
[5], “nosotros llamamos comunismo al movimiento real que anula y supera el estado de las cosas actual”. ¿Qué significa esto? Que nuestra tarea como revolucionarios no es la de implantar un ideal, un modelo preconcebido ajeno a la propia práctica política de los trabajadores autoorganizados. Pero ello no es en absoluto contradictorio con la labor que se propone en este artículo, mal que le pese a los críticos de cualquier aproximación a nuestro futuro socialista más inmediato.
En realidad, son varios los que han tratado de ofrecer un modelo más o menos desarrollado del funcionamiento de una economía postcapitalista, desde los consejistas holandeses del GIKH
[6], pasando por los socialistas neoclásicos Lange y Taylor
[7], hasta el economista inglés Pat Devine, con su Coordinación Negociada
[8]. Incluso autores como Peter Hudis han elaborado trabajos minuciosos que tratan de descifrar las pocas pistas que dejó Marx al respecto de una alternativa al capitalismo
[9]. Pero cualquiera que propone un modelo acostumbra a alertar de que su intención es, solamente, la de plantear una alternativa factible, no el culmen del desarrollo social. No se trata de exponer un modelo perfecto, un diseño organizativo detallado al completo, sino una propuesta de carácter político que ofrezca una alternativa a la parálisis generalizada, así como una confrontación teórica que combata contra los defensores del capitalismo en el campo más general y ambicioso posible: el de las posibilidades organizativas de nuestra sociedad.
Y que las propuestas tengan una utilidad política, incluso estratégica, no es baladí. La utilidad de concretar un proyecto, un objetivo al que aproximarse mediante la lucha, no es hoy la misma que la que podía tener hace un siglo. Vivimos tiempos de derrota, abatimiento y desesperanza. Como mucho, hemos podido celebrar pequeñas victorias puntuales o meras resistencias, ante un aluvión incontrolable de ofensivas para las que solo nos ha quedado resignarnos. Esto no ha sido siempre así. La historia del movimiento obrero cuenta con momentos mucho más pujantes, más combativos y ganadores. Momentos en los que previsualizar sociedades mejores quizás no era tan relevante para la movilización de las masas, como sí lo es hoy en día. Y a pesar de ello, tampoco es cierto que careciera de interés, como lo demuestran la potentísima acogida de novelas utópicas como Looking Backward, de Edward Bellamy (1888)
[10] o News from Nowhere, de William Morris (1890)
[11]. Pero en nuestros tiempos, un horizonte organizativo alternativo es indispensable para impulsar nuestros propósitos revolucionarios, conectando reivindicaciones y luchas presentes con propuestas realizables, no utópicas, que tengan la capacidad de demostrar que nuestras ambiciones no son simples deseos sin posibilidad de materializarse.
Por otra parte, es necesario abordar la cuestión desde una perspectiva militante. Nuestras organizaciones tienen la obligación de trabajar este tipo de cuestiones, de dotar a sus militantes de la formación necesaria para que seamos capaces de conocer cuál es nuestro objetivo más inmediato tras hacernos con el poder político. Y ello, también, para dar la batalla en el debate sobre las posibilidades de construir el socialismo. No por nada Lenin cita a Engels en ¿Qué hacer? (2015: 26)
[12] para recordar que la lucha teórica está al mismo nivel de importancia que la lucha política y la lucha económica: “el socialismo, desde que se ha hecho ciencia, exige que se le trate como tal, es decir, que se le estudie”. Ofrecer una formalización desarrollada y concreta del tipo de sociedad que aspiramos a construir, no en un sentido utópico y abstraído de la realidad, sino desde el punto de vista de conocer los principios generales que podrían regir en una economía socialista, nos permite dar cauce a las inquietudes sobre un futuro postcapitalista de militantes y ciudadanos comunes, además de prevenir contra las tentaciones reformistas que el posibilismo capitalista acostumbra a ofrecer.
Y llama la atención que las labores de investigación y divulgación que llevan a cabo colectivos como Cibcom, Association for the Design of History, o Next System Project, no surjan de las propias organizaciones (para que se pueda dar un cauce estratégico que posibilite la eventual puesta en marcha de las propuestas), sino de socialistas y revolucionarios de tradiciones muy distintas que no tienen más remedio que asociarse para abordar el problema por su cuenta. Y todo ello por pura necesidad de desenmascarar el diabólico eslogan de los conservadores británicos acerca de la imposibilidad de un mundo distinto: There Is No Alternative.
Los modelos
Democracia Económica
En primer lugar, y como heredera de la tradición del socialismo de mercado, el modelo bautizado como Democracia Económica por el filósofo y matemático estadounidense David Schweickart defiende la posibilidad de conjugar el mercado y la democracia en el trabajo. El autor busca integrar en su modelo aquellas características rescatables de tres experiencias históricas notablemente diferentes entre sí: el socialismo autogestionario yugoslavo, el capitalismo japonés y la experiencia de la Corporación Mondragón, en el País Vasco.
La crítica de Schweickart al capitalismo se centra en su falta de democracia y en su falta de eficiencia. Pero, al ser crítico también con la concentración autoritaria del poder y la ineficiencia de la planificación central, su propuesta busca integrar mercado y plan en un contexto democrático. Por ello, las características básicas de su modelo son tres: 1) dirección de cada empresa por parte de sus propios trabajadores; 2) una economía de mercado en la que materias primas y bienes de consumo se compran y se venden a precios determinados por la oferta y la demanda; y 3) inversión controlada socialmente, cuya financiación corre a cargo de los impuestos, y su distribución la determina el plan económico y el propio mercado.
Schweickart propone que sean los trabajadores de cada cooperativa los que asuman las funciones de organización y disciplina en la fábrica, de determinar las técnicas de producción a utilizar, de qué y cuánto se produce, y de cómo se distribuyen los beneficios. Además, las decisiones se tomarían mediante el voto de todos y cada uno de los trabajadores, en condición de igualdad, aunque no descarta la posibilidad de otorgar poderes de dirección en los casos en los que sea necesario (por tamaño de la empresa, por ejemplo).
En relación con el papel central del mercado en su propuesta, y pese a no ser este el lugar en el que llevar a cabo una crítica al modelo, es evidente que la pretensión de utilizar el mercado como una herramienta más, como si de un mecanismo de asignación neutral se tratara, sin concebirlo como una parte elemental (¡e indisociable!) del modo de producción capitalista, pone en duda la deseabilidad de esta propuesta. En línea con la crítica austríaca a la posibilidad del cálculo económico en el socialismo, Schweickart considera que la dificultad de la planificación para saber qué, cuánto y cómo producir bienes y servicios, nos obliga a echar mano de los mecanismos mercantiles, dejando la planificación únicamente para orientar las nuevas inversiones. Todas estas cuestiones serán puestas en duda por los siguientes modelos, especialmente por el tercero.
Por último, revisando la experiencia yugoslava y poniendo en valor el desarrollo capitalista en Japón y a la Corporación Mondragón, se presenta una característica crucial del modelo: el control social de la inversión. Esta pretende funcionar como un “contrapunto al mercado”, una forma de “aliviar la ‘anarquía’ de la producción capitalista”. Gravando los bienes de capital, se trata de, por una parte, fomentar el uso eficiente de estos bienes, y por otra, financiar un fondo común para nuevas inversiones. Una vez conformado este fondo, su distribución queda abierta a distintas posibilidades, que van desde instituciones burocráticas que lleven a cabo una planificación indicativa de la inversión hasta confiando en una suerte de "laissez-faire socialista"
[13].
Como será evidente para muchos, resulta complicado identificar este modelo con algo a lo que podamos llamar socialismo, aunque cabe poner en valor la profundización y detalle en algunos de los aspectos económico-institucionales que han llevado a cabo el autor y sus seguidores. Pero es necesario confrontar y debatir con una corriente que, pese a su buena voluntad, naturaliza y hace suyas gran parte de las características fundamentales del sistema del que pretendemos liberarnos.
En nuestro país esta corriente cuenta con cierto seguimiento, y actualmente Carmen Madorrán puede ser la representante más destacada de ella, con una elaboradísima tesis doctoral en la que analiza dicha propuesta desde la perspectiva de la ética ecológica
[14]. Economistas como Antoni Comín, entre otros, también trabajaron en su momento este modelo
[15].
Parecon
De los tres modelos, el que más seguimiento parece tener, sobre todo en el mundo anglosajón y particularmente en Estados Unidos, es el conocido como Parecon (abreviatura de Participative economics), de Michael Albert y Robin Hanhel. Los intelectuales y activistas americanos han publicado una buena cantidad de libros y artículos para exponer su propuesta de una economía participativa, desde textos académicos hasta escritos orientados a un público no especializado.
Inspirada en valores como la solidaridad, la igualdad, la diversidad, la autogestión o el equilibrio ecológico, Albert y Hanhel llevan a cabo su propuesta argumentando que los tres grandes pilares del capitalismo son la propiedad privada de los medios de producción, la distribución a través del mercado y la división corporativa del trabajo. Por lo tanto, su modelo trata de ofrecer una alternativa a todas ellas.
En primer lugar, la más sencilla e intuitiva de todas: la propiedad social, de todos los ciudadanos, de los medios de producción. Una propiedad común que asegure que nadie disfruta de un poder desproporcionado respecto de los demás por el hecho de poseer medios de producción, así como que nadie obtenga una renta por ese mismo motivo.
En segundo lugar, la alternativa propuesta a los mercados es un sistema (integrado en una planificación participativa) en el que consejos de trabajadores y de consumidores llevan a cabo valoraciones sobre los costes y los beneficios sociales de sus elecciones. Ello se hace a través de la comunicación mutua de las preferencias de todos los actores, mediante distintos instrumentos tanto organizativos como comunicativos: comités de asistencia, precios indicativos, distintas fases de ajuste de la propuesta de producción, etc. La cuestión clave para los autores es que las preferencias reales de los individuos emergen a través de la interacción social, por lo que para obtener estimaciones precisas de los beneficios y costes sociales se deben llevar a cabo grandes procesos comunicativos, consultivos y deliberativos.
Para la facilitación de estos procesos se proponen Comités de Asistencia a la Iteración, que coordinan el proceso de planificación recogiendo todas las propuestas iniciales de producción y consumo (que son, básicamente, predicciones de lo que se quiere producir y consumir) para compararlas y sugerir alternativas a los distintos consejos. Estas propuestas son llevadas a cabo a distintos niveles, y tanto por los consumidores (organizados en consejos de consumidores vecinales, federaciones de distrito, de ciudad, de comarca, estatales…) como por los productores (organizados en centros de trabajo, consejos industriales, federaciones regionales…). A partir de ahí, se inicia una serie de fases iterativas de comparación de propuestas y negociación, hasta encontrar un resultado definitivo de convergencia que permita un plan factible.
Esta propuesta de planificación participativa descentralizada dice ser la única que “logra establecer un sistema de precios y de ajuste económico más preciso que los mercados y que la planificación central, pero, además, refuerza en lugar de anular la solidaridad, la diversidad, la equidad y la autogestión” (Albert, 2005: 148)
[16].
En tercer lugar, contra la división corporativa del trabajo en el capitalismo, tenemos una de las propuestas estrella del Parecon: las combinaciones equilibradas de empleo. Estas tienen por objetivo dividir y reorganizar las tareas tanto dentro de los mismos centros de trabajo como entre los distintos centros de trabajo, creando un conjunto equilibrado de tareas más deseables y menos deseables. Por lo tanto, no es un intento de suprimir la división del trabajo, sino más bien una redistribución equitativa entre tareas desagradables y empoderadoras. Además, Albert y Hanhel proponen que la medida de la contribución laboral a la sociedad, y, por tanto, aquello que justifique la remuneración de cada individuo, sea el esfuerzo o sacrificio que cada trabajador realiza, algo que quizás pueda ser problemático (¿es deseable una fiscalización de nuestro esfuerzo?), pero sin duda nos obliga a pensar en cómo organizar nuestra compensación por aportar trabajo a la comunidad.
Aunque no existen representantes claros de esta corriente en el Estado español, el Instituto de Ciencias Económicas y de la Autogestión (ICEA) ha trabajado y difundido sobre este modelo en alguna ocasión. Y no es de extrañar que en entornos anarquistas tenga éxito: algunas de las inspiraciones de sus autores son las distintas luchas anarquistas y colectivizaciones de centros de trabajo llevadas a cabo en el mundo entero, aunque también experiencias como la de la Comuna de París o la de distintas formas alternativas de gestionar el trabajo y la producción: cooperativas, centros autogestionados, la economía solidaria, experiencias de democracia participativa como las de Porto Alegre o Kerala, etc.
Cibercomunismo
Por último, tenemos la corriente del Cibercomunismo y su propuesta de planificación computarizada de la economía, que supone el modelo más ambicioso en cuanto al control colectivo del proceso productivo se refiere. Paul Cockshott y Allin Cottrell llevan desarrollando sus propuestas desde la publicación de Towards a New Socialism (1993)
[17], reflexionando sobre la potencialidad de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación como herramientas para una gestión racional de nuestro proceso productivo, así como criticando la inadecuación de los procesos de planificación de la Unión Soviética, tanto en términos de democracia como de eficiencia.
Combinando la crítica de la economía política y la cibernética, como ciencia de la información y el control, la perspectiva cibersocialista propone la abolición de la propiedad privada, del mercado, del dinero y, en definitiva, de las leyes que rigen el funcionamiento del proceso económico capitalista. Una de sus aportaciones más desarrolladas es la crítica de los mercados, con su inherente tendencia a resultados socialmente desigualitarios (sean capitalistas o pretendidamente socialistas). Además, la incapacidad de estos para funcionar al margen de la lógica de la rentabilidad hace de ellos un mecanismo ciego, rudimentario e ineficiente como procesador de información, incapaz de incorporar variables que no sean monetarias.
Por ello, este modelo propone un sistema de planificación centralizado y descentralizado a la vez, en el que, en un estado acéfalo (sin cabeza), se diseñen, debatan y seleccionen democráticamente tres tipos de planes: macroeconómicos, estratégicos y detallados. Con una red de ordenadores interconectando cada unidad de producción, con el uso de la optimización lineal para resolver las ecuaciones de la matriz de producción de la economía, con la posibilidad de llevar a cabo un cálculo en especie (in-natura) de los recursos, o integrando orgánicamente las restricciones ambientales en el problema de optimización para lograr un plan ecológicamente sostenible, las posibilidades que abre la planificación económica democrática para resolver los grandes problemas de nuestro tiempo son inmensas.
Contrariamente a la propuesta del Parecon, la contabilización económica en este modelo se lleva a cabo usando el tiempo de trabajo como unidad de cuenta, a partir del cual se calcula el coste laboral de la producción de bienes y servicios, y se remunera a los productores en bonos de trabajo según su aportación laboral. Esto último se concreta en que cada productor recibe un certificado (…( donde se indican las horas de trabajo que ha aportado (después de deducir (…) la parte destinada al fondo común) y con el que podrá retirar medios de consumo del fondo social que han costado un trabajo equivalente. Así pues, cada productor recibe de la sociedad exactamente lo mismo que aporta a ella. Decidiendo la cantidad de horas que quiere realizar un productor se está eligiendo el nivel de consumo deseado (Cockshott y Nieto, 2017: 153)[18].
Por otro lado, tenemos también la contraparte político-institucional de la propuesta: la democracia directa. Inspirados en la democracia clásica ateniense, sus autores llevan a cabo una crítica a los procesos representativos electorales, en tanto que sistemas eminentemente aristocráticos, para defender una elección por sorteo: una conformación de consejos de ciudadanos comunes elegidos al azar. Y la apuesta por una democracia genuina no es ningún capricho: es un prerrequisito indispensable desde un punto de vista informacional para el control efectivo de los medios de producción por parte de los trabajadores.
Algunas de las referencias históricas que inspiran esta propuesta son el abortado proyecto OGAS en la Unión Soviética o el Cybersyn de la Chile de Allende. Investigadores como Maxi Nieto, con varios artículos y un libro reciente
[19], en los que se desarrollan los principios fundamentales del modelo, o Cibcom, colectivo de investigación y difusión del comunismo cibernético, son los representantes más relevantes de esta corriente en el Estado español.
Modelar y construir
Llegados a este punto, conviene volver a recordar que, como planteaba Mandel (1990) “la forma más eficaz y más humana de construir una sociedad sin clases sigue siendo la experimentación”
[20]. Experimentación que debe ser entendida en el sentido de perfeccionamiento, de mejora “mediante aproximaciones sucesivas”, a través de las cuales rescatar aquellos elementos valiosos para la construcción de una sociedad distinta. Pero que sea la más eficaz no nos puede absolver, de ninguna manera, de afrontar teóricamente el problema. En línea con Brassier,
la experiencia es un correctivo de la teoría, no su matriz generativa. La afirmación de que la teoría empieza y acaba en la experiencia es empirismo. Asume que la experiencia habla unívocamente y que sus lecciones son incontrovertibles. Pero la experiencia es equívoca y lo que tiene que enseñarnos solo puede cristalizarse a través de un subsecuente esfuerzo teórico
[21].
Además, debemos ser conscientes de que dicha experimentación es cara. Los procesos revolucionarios no son experimentos de laboratorio de los que dispongamos a nuestro antojo; conllevan gigantescos esfuerzos de miles y miles de seres humanos que arriesgan su vida para la construcción de mundos mejores. Por ello, también es nuestro deber adelantar la tarea mediante el trabajo teórico, con el objetivo de que este sea puesto en práctica cuando logremos abrir ventanas de oportunidad para ello. Renunciar a esta herramienta, la teórica, resulta absurdo se mire por donde se mire, pues de ninguna forma estamos en condiciones de darnos el lujo de no contribuir, desde todos los frentes en los que sea posible, a la tarea revolucionaria de construir nuevas y democráticas relaciones sociales.
Así, ante el tímido pero creciente interés por construir mundos mejores que se refleja en la buena acogida de libros como Contra la distopía (Francisco Martorell, 2021) o Utopía no es una isla (Layla Martínez, 2021), o en el desarrollo de movimientos artísticos como el Solarpunk
[22], la organización política de la clase trabajadora debe asumir el papel de dotar de contenido a estos nuevos ideales, a esta incipiente ambición creadora. A nosotros nos corresponde el papel de estudiar, debatir y delimitar las formas que puede tomar la economía una vez la liberemos de las opresivas relaciones sociales capitalistas y la pongamos al servicio de las necesidades del ser humano y su medio natural.
La construcción económica del socialismo, puesta en práctica, deberá atender necesariamente al debate entre autores como Cockshott, Albert o Schweickart, o caminará a ciegas por un sendero que estamos obligados a recorrer. Esa es la idea central de este pequeño texto: recordar que el futuro alternativo por el que luchamos es más deseable, más viable y más factible que nunca, por lo que concretarlo tiene una utilidad política que no podemos ignorar.
Como suele decirse, llevamos un mundo nuevo en nuestros corazones. Pero, hoy en día, urge modelar sus principios fundamentales en nuestras cabezas para dotarnos de las condiciones para construirlo. Y estamos de sobra capacitados para ello, pues toda actividad del ser humano se define por estar orientada a un fin, por la voluntad de efectivizar un objetivo, y este último existe previamente en nuestra imaginación, igual que sucede en el proceso de trabajo cuando se realiza y se obtiene un resultado. Siguiendo a Marx: (…) una abeja avergonzaría, por la construcción de las celdillas de su panal, a más de un maestro albañil. Pero lo que distingue ventajosamente al peor maestro albañil de la mejor abeja es que el primero ha modelado la celdilla en su cabeza antes de construirla en la cera
[23].
Gonzalo Bárcena es militante de Anticapitalistas y miembro del colectivo Cibcom
Notas
[1] Bensaïd, Daniel (1997). L’arc tendu de l’attente, Le Monde de l’éducation, de la culture et de la formation.
[2] Arboleda, Martín (2021). Gobernar la utopía. Sobre la planificación y el poder popular. Caja Negra.
[4] Para profundizar en la comparación entre varios modelos se recomienda la lectura de Derecho a decidir (2006), editado por Joaquín Arriola, que recoge una serie de artículos de varios de los proponentes de los modelos. También se recomienda el artículo A brief sketch of three models of democratic economic planning, de Frédéric Legault y Simon Tremblay-Pepin, en el que, en este caso, se comparan el Parecon y el Cibercomunismo con la Coordinación Negociada, modelo propuesto por Pat Devine. Este último está disponible en castellano en:
https://cibcom.org/un-breve-esquema-de-tres-modelos-de-planificacion-democratica.
[5] Marx, Karl y Engels, Friedrich (1846). La ideología
[6] GIKH (1976). Principios fundamentales de una producción y distribución comunista. Zero.
[7] Lange, Oskar y Taylor, Fred (1981). Sobre la teoría económica del socialismo. Ariel
[8] Devine, Pat (1988). Democracy and economicplanning. Thepoliticaleconomyof a self-governingsociety. WestviewPress.
[9] Hudis, Peter (2013). Marx’s concept o fthe alternative to capitalism. Haymarket.
[10] Bellamy, Edward (2014). Mirando atrás. Akal.
[11] Morris, William (2016). Noticias de ninguna parte. Langre.
[12] Lenin, Vladimir I. (2015). ¿Qué hacer? Akal.
[13] Schweickart, David (1993). Democracia económica: propuesta para un socialismo eficaz. Cristianismo y justicia (53).
[14] Madorrán, Carmen (2017). Necesidades humanas y límites ecológicos en la Democracia Económica. Una revisión de la propuesta de David Schweickart. Universidad Autónoma de Madrid.
[15] Comín, Antoni (coord.) (2011). Democracia Económica: Hacia una alternativa al capitalismo. Barcelona: Icaria editorial.
[16] Albert, Michael (2005). Parecon. Vida después del capitalismo. Madrid: Akal.
[17] Cockshott, Paul y Cottrell, Allin (1993). Towards a New Socialism. Spokesman.
[18] Cockshott, Paul y Nieto, M. (2017). Ciber-comunismo. Planificación económica, computadoras y democracia. Trotta.
[19] Nieto, Maxi (2021). Marx y el comunismo en la era digital (y ante la crisis eco-social planetaria). Maia
[20] Mandel, Ernest (1991). Plan ou marché: la troisiènevoie. Critique Communiste, nº 106-107.
[21] Brassier, Ray (s.f.). Texto inédito en proceso de publicación.
[23] Marx, Karl (2017). El Capital. Crítica de la economía política, libro primero. Siglo XXI, pp. 239-240.
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