domingo, 8 de enero de 2023

Geopolítica y conflicto social

 


Publicado en VIENTO SUR


Raúl Zibechi

En algún momento deberíamos comprender que la crítica no es solo éticamente defendible, sino políticamente decisiva para forjar las fuerzas del cambio. No se consigue avanzar en esa dirección eludiendo debates.

Creo que las luchas de las personas oprimidas se justifican por sí solas, mucho más allá de las geografías donde suceden y del tipo de gobiernos que enfrentan. Porque considero que la geopolítica, o sea, la lucha entre Estados por la hegemonía, no debe estar por encima de la defensa de las personas oprimidas.

El apoyo incondicional a las luchas de los pueblos, ha sido desde siempre una bandera irrenunciable de las izquierdas y de quienes pugnamos por la emancipación social. Ese apoyo no puede depender del lugar donde vivan, de si el Estado que las oprime está gobernado por la derecha o la izquierda. Las luchas de los trabajadores chinos o rusos son tan válidas como las de cualquier trabajador en cualquier lugar del mundo.

Sin embargo, la actual confrontación geopolítica parece estar opacando estos principios. A tal punto que las izquierdas aparecen divididas, ya no entre la vieja escisión entre reforma y revolución (no pocas veces simplificada y manipulada), sino según geografías. De ese modo, se pueden apoyar las luchas y resistencias en países gobernados por la derecha, pero se elude el respaldo, al punto que en ocasiones se condena, cuando luchas similares suceden bajo gobiernos de izquierda.

Días atrás, la periodista Caitlin Johnstone tuvo la virtud de sintetizar esas posiciones en un artículo titulado "No ayudas cuando apoyas protestas en naciones perseguidas por el imperio estadounidense" (https://bit.ly/3Z32DnE).

Responde a otro artículo publicado en "Truthout" que destaca: «La izquierda puede apoyar protestas en China sin ser cómplice del imperialismo estadounidense», asegurando que los trabajadores uigures y chinos deben recibir solidaridad de las izquierdas del mundo. Es cierto que la periodista parece circunscribir su crítica a los «izquierdistas anglófonos» cuando critican gobiernos perseguidos por Estados Unidos.

Johnstone se pregunta «qué beneficios concretos recibe la gente que protesta contra gobiernos de países acosados por el imperio cuando hay expresiones de solidaridad desde el occidente», cuestionando «los efectos negativos de ayudar a ampliar las condenas hacia un gobierno contra el cual el imperio está tratando de fabricar consentimiento para atacarlo».

En este punto, debemos decir que las clases dominantes del mundo han generado enorme confusión al organizar y promover las llamadas «revoluciones de color», utilizando de ese modo demandas legítimas en beneficio de la dominación, como ha sucedido en varios países donde Occidente tiene interés en derribar gobiernos.

En apoyo de su tesis, Johnstone reproduce datos sobre la fenomenal cobertura de las protestas en Hong Kong hechas por "The New York Times" y CNN, contrastando con la casi nula cobertura que recibieron las revueltas en Chile, Haití y Ecuador (737 notas en el primer caso frente a solo 76 en los otros tres). La lista podría extenderse: los medios de la derecha sobreexponen las protestas en Cuba o en Venezuela y minimizan o deforman las sucedidas días atrás en Perú, pese a que hubo nada menos que 28 muertos por balas de las fuerzas represivas.

La periodista concluye: «Si vives en Estados Unidos o en algunos de los países integrantes del imperio como Gran Bretaña, la Unión Europea, Australia o Canadá, no es posible para ti sumar tu voz a la causa de la gente que protesta en naciones acosadas por el imperio sin colaborar con las campañas de propaganda imperial».

Este es el punto. Quién puede formular críticas o solidarizarse y quién no debería hacerlo, en función del lugar donde reside. Es aquí cuando la geopolítica aplasta el conflicto social, cuando los intereses de los Estados se imponen sobre las clases y sectores sociales. Y esto me parece inaceptable. Sería tanto como negar que las y los chinos sufren opresiones y violencias cuando protestan.

Lo que no me parece ético es calcular a quién beneficia una lucha para decidir si es justa o no lo es. En mi formación, las luchas de los pueblos son justas si son esos pueblos los que toman la decisión de hacerlo, aunque piense que están equivocados. La ética y al cálculo van por caminos opuestos. Una política sin ética no tiene el menor sentido, aunque pueda «triunfar» momentáneamente. Una violación es una violación, más allá de quien gobierne.

El presidente progresista Gustavo Petro argumenta su apoyo a Estados Unidos y el no haber cerrado ninguna de las bases que operan en Colombia, con el apoyo de la OTAN al supuesto cuidado de la selva amazónica, para lo que crearon unidades militares conjuntas con helicópteros donados por el Pentágono (https://bit.ly/3Wxw67x).

Ante esto, ¿debemos guardar silencio porque favoreceríamos a Uribe y a la ultraderecha? Ahora que Lula volvió al gobierno, ¿las críticas a su gestión deben silenciarse para no favorecer a Bolsonaro?

No pretendo insinuar que la periodista estadounidense defienda actitudes como la de Petro. Pero en esta región se ha utilizado el mismo argumento para impedir el debate, aunque los gobiernos progresistas son cada vez más parecidos a los de la derecha y establecen acuerdos terribles con el FMI, como acaba de hacer el argentino Alberto Fernández, que perjudican a toda la población cuando el 40% está en la pobreza.

En algún momento deberíamos comprender que la crítica no es solo éticamente defendible, sino políticamente decisiva para forjar las fuerzas del cambio. No se consigue avanzar en esa dirección eludiendo debates. Hoy la izquierda latinoamericana está profundamente dividida en su actitud hacia el gobierno de Daniel Ortega, por poner solo un ejemplo.

¿Podemos decirle a Leonardo Boff o a Pepe Mujica que son agentes del imperialismo por haber condenado tajantemente a Ortega? ¿Y a Eduardo Galeano?

Vivimos tiempos críticos. Pero una de las mayores dificultades que atravesamos es la confusión, el no poder distinguir entre izquierda y derecha, entre lo justo y lo injusto.Profundiza nuestra crisis.

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