miércoles, 6 de septiembre de 2023

Demonios del pasado (un debate sobre los fascismos de ayer, hoy y mañana)

 


Por Jesús Jaén Urueña


Cuando pienso en los “nuevos fascismos” no estoy haciendo un paralelismo con los viejos fascismos de los años veinte y treinta del siglo pasado. Estas reflexiones sobre los fascismos de ayer y hoy (y de los posibles fascismos del futuro); las hago plenamente consciente que estamos hablando de épocas muy diferentes pero con algunas similitudes. Como decía el gran escritor norteamericano, Mark Twain, la historia no se repite pero rima.


El historiador Zeev Sternhell interpretó el fascismo no como una pura y simple contrarrevolución, sino como una suerte de revolución alternativa a lo que promovía el marxismo (citado por Stefanoni en su libro “¿ La rebeldía se volvió de derechas?”). Según Stefanoni “Estamos volviendo a una situación en que la democracia liberal es tironeada por la izquierda y por la derecha”.


No todos los fascismos de los años veinte fueron iguales. Zeer Sternhell decía en una entrevista: “ El nazismo era de una dimensión monstruosa que no existía en el fascismo. Pienso que el nazismo fue una guerra contra la Humanidad. El fascismo fue una guerra contra la Ilustración”. Creo que tiene razón, el Holocausto contra el pueblo judio no estaba en la agenda de todo el fascismo, sino principalmente de los nazis. Hitler, desde los años veinte, ya declaraba la necesidad de exterminar a los judios, pero no era el caso de Mussolini ni de Falange en España nacidas en la misma época.


Hago estas puntualizaciones porque considero que, a veces, cometemos el error de igualar a todos los fascismos. No todo lo que hizo el nazismo era respaldado por los falangistas o fascistas. De la misma manera, no todo lo que hizo Stalin, era apoyado por la burocracia estalinista o por regímenes posteriores nacidos bajo la hegemonía de la URSS. Cuando usamos un concepto (fascismo, estalinismo, capitalismo, …) no quiere decir que ese concepto sea exactamente igual siempre. Lo que importa no son todas las contingencias sino la esencia.


Trotsky fue una de las personas que mejor describió el fascismo alemán y comprendió su dimensión histórica. En un artículo titulado “¿Y ahora?” Señala la esencia de los fascismos de los años treinta: “Es en esta relación que el fascismo se distingue de todos los regímenes reaccionarios que fueron instaurados hasta el presente en el mundo capitalista en que rechaza todo compromiso con la socialdemocracia, la persigue ferozmente, la ha privado de toda posibilidad de existencia legal, la ha obligado a emigrar”. Aún así, entre las cientos de páginas escritas por Trotsky, dedicadas a este tema, encontraremos también muchas definiciones ampliadas sobre el fascismo. Por ejemplo, el carácter imperialista, estatista, racista, militarista, etc.


Otro posible error consiste en tomar el concepto de fascismo en su desarrollo histórico acabado. En mi opinión deberíamos diferenciar que el fascismo no nace de un día para otro. Antes de Mussolini hubo intelectuales como Giovanni Gentile. Antes de tomar el Estado hubo un movimiento y un partido. Pocas personas pueden cuestionar la naturaleza fascista de los discursos y actos de Donald Trump, lo que no nos lleva a decir que el Partido Republicano es ya un partido fascista. Todo proceso tiene sus contradicciones y conflictos donde intervienen fuerzas sociales antagónicas o simplemente contradictorias. Lo que importa no es solamente el resultado final sino también el camino que se recorre.


Me gustaría insistir en la necesidad de que, todo análisis concreto de un fenómeno concreto no se puede descontextualizar de la época histórica que le ha tocado vivir. Los fascismos de los años veinte y treinta tenían un enemigo común: el proletariado revolucionario y sus organizaciones políticas y sindicales. Hoy, ese peligro es inexistente. Los nuevos fascismos -como veremos más adelante- se están desarrollando en las condiciones históricas concretas del siglo XXI. Más aún, si no somos capaces de parar las emisiones de CO2 y el cambio climático nos lleva a situaciones desesperadas, estoy totalmente convencido que nacerán nuevos fascismos basados en sacrificar a una inmensa mayoría de la población para salvar a unas élites o a unas poblaciones privilegiadas.


Distintas interpretaciones


Empezaré haciendo un resumen de algunas posturas sobre estos nuevos fenómenos a los Miguel Urbán ha llamado “galaxia de la ultraderecha” . Pero que también se les conoce con muchos adjetivos: populismos de derechas, neofascismos, posfascismos, protofascismos, nacional populismos, etc, etc,


Enzo Traverso ha definido a Donald Trump como “ un líder posfascita sin fascismo”, el historiador Robert O Paxton dice que sus posturas fascistas son “inconscientes”... Para Traverso el posfascismo es “un régimen de historicidad específico (el comienzo del siglo XXI) que explica su contenido ideológico fluctuante, inestable, a menudo contradictorio, en el cual se mezclan filosofías políticas antinómicas” (“Las nuevas caras de la derecha”). Esta definición me parece muy interesante.


Fue Jean-Ives Camus quien habló ( según Traverso) de nacional populismo. Por el contrario, el ecomarxista John Bellamy Foster ha caracterizado a Trump como un neofascista; es decir, un fascista de nueva época. En su libro sobre “Los nuevos fascismos” Alberto Pascual habla mucho de formas y menos de contenidos: la “manipulación del resentimiento”. El mundo de las fake news.


El populismo es un término muy usado para definir a estos personajes como Putin, Bolsonaro, Trump o Le Pen. A mi no me gusta. Pues creo que sigue poniendo el eje en la forma y no en los contenidos. Ello conlleva el riesgo de meter a actores muy diversos en un mismo saco: trumpismo, chavismo, lepenismo, peronismo, etc.


Traverso ve el peligro de que llamando fascista a Trump (esa es la postura de Robert Kagan y también la mía), estemos apoyando a Joe Biden. Creo que Traverso se equivoca en esto y en la poca importancia que le ha dado a las mujeres como víctimas del posfascismo. Por eso, tampoco ve el carácter contrarrevolucionario del islamofascismo, cuya esencia no es un antiimperialismo al estilo de lo que era la OLP en su época, sino la forma más extrema de posesión y dominación del cuerpo de la mujer y la utilización del terror como único lenguaje de sus actos.


Dónde nace y cómo se extiende la reacción


El Estado islámico basado en el salafismo y el Estado talibán no son lo mismo que el III Reich. El régimen de Putin no ha llegado aún al nivel de totalitarismo de Hitler. La amalgama de partidos europeos antieuropeístas no son exactamente lo mismo. El trumpismo o bolsonarismo se parecen bastante pero tienen sus peculiaridades nacionales. Hay partidos reaccionarios más estatistas que otros; y a pesar de ello, podemos observar comportamientos comunes: misoginia, homofobia, nacionalismo, negacionismo, extractivismo fósil, racismo, etc, etc.


¿Cómo nace y se extiende como la pólvora la oleada reaccionaria en el mundo? Huyamos de las explicaciones simplonas de que la causa de todo es del capitalismo. En mi opinión, no hay una sola causa que pueda explicar el gran auge de los movimientos reaccionarios. Entre otras cosas, porque considero que surgen y responden a períodos diferentes.


La tésis de que la causa es la globalización puede explicar el resentimiento de la antigua clase obrera industrial o los agricultores europeos, pero no puede explicar otros fenómenos como el islamofascismo o el putinismo. La explicación que tanto gusta a las derechas conspiranoicas, de que el liberalismo decadente o el marxismo han desencadenado una guerra cultural, tampoco parece muy consistente (al menos no explica la indignación ante la desigualdad social de las clases trabajadoras).


En mi opinión, el crecimiento de la corriente islamista-fascista, tuvo que ver con las intervenciones militares en 2001 y 2003 por parte de las administraciones de G. W. Buhs. La conocida como guerra contra el terrorismo global (Al Quaeda) tuvo como resultado un incendio en la zona. Posteriormente nace el ISIS en Irak o Siria con apoyo de potencias regionales como Arabia o Turquía, y se extiende al África del norte y al Sahel.


Otro foco es Rusia en donde resurge un fuerte movimiento nacionalista de apoyo a Putin. Como explicaba recientemente en Viento Sur el activista Ilya Budraitskis, desde hace más de veinte años el régimen de Putin ha ido involucionando desde una especie de democracia limitada (con un fuerte poder oligárquico), a la dictadura de Wladimir Putin con la camarilla del KGB. Hoy el régimen de Putin basado en un intento de recuperar el imperio zarista o los antiguos territorios de la URSS, es la última versión del nacionalismo gran ruso. La guerra contra Ucrania desde 2014 es una guerra de conquista. Putin basa su nuevo régimen en la movilización de la población para la guerra contra Ucrania, la supresión de los derechos civiles y de la democracia, el asesinato de toda oposición incluído Prigozhin; el culto al machismo, la homofobia, el extractivismo económico y la bendición de la jerarquía eclesiástica de la Iglesia ortodoxa.


También se ha desarrollado esta ola reaccionaria en occidente, donde la crisis económica del 2007 produjo un terremoto social, que se sumó a los efectos de la globalización capitalista sobre las clases trabajadoras y sectores muy amplios de la población. Lo que se ha producido en occidente es una crisis de legitimidad del sistema democrático representado por los partidos e instituciones tradicionales. Una crisis de legitimidad no es el caos, ni el derrumbe, sino la desconfianza y el vuelco de sectores de la sociedad hacia posiciones radicales y reaccionarias. El fracaso de los movimientos sociales y la nueva izquierda como el 15M, Occupy Wall Street, Syriza o Podemos; además de los sindicatos y los partidos tradicionales lleva a millones de personas a los brazos de los demagogos reaccionarios. Las ideas nacionalistas identitarias, la culpabilización del feminismo, la homofobia, el racismo hacia los inmigrantes, el negacionismo climático o el rechazo a las medidas anti-covid. Esos son los principales síntomas de la oleada reaccionaria en la UE y los EEUU.


¿Por qué me gusta hablar de nuevos fascismos?


Supongo que llegados a este punto, pocas personas que hayan seguido leyendo este artículo, podrán pensar que quiero comparar los viejos fascismos con lo nuevo que está pasando. He intentado diferenciar que se trata de dos épocas distintas separadas -nada menos- que en 100 años. Para algunas personas, el fascismo es un fenómeno reducido a los años treinta. Para mí eso no puede explicar otros regímenes fascistas posteriores como las dictaduras militares de Chile o Argentina. Tampoco podría explicar el régimen de Sudáfrica del apartheid. Creo que la singularización de un fenómeno político (sea cual sea) reduciéndolo a un momento en la historia, no nos ayuda a explorar los puntos en común de lo nuevo con lo viejo. El capitalismo de la revolución industrial no es el capitalismo actual, pero somos capaces de encontrar las leyes comunes que nos posibilitan seguir llamándolo capitalismo y no otra cosa como hace una parte de la intelectualidad de izquierdas.


En ese sentido, mi opinión es que el fascismo, más allá de la definición de Trotsky (que se ajusta exclusivamente a esa época), tiene tres grandes señas. La primera, la exaltación de unos valores como la patria, el supremacismo del hombre sobre la mujer o racista y el fanatismo religioso sea cual sea su inspiración. La segunda, es una estética o fetiche de la violencia ejercida como un patrón de comportamiento y sistemática. Y por último, una amoralidad absoluta sobre la barbarie que genera.


No sé si serán o no convincentes mis argumentos. Los prefijos pos (fascismo), proto (fascismo) o neo (fascismo) introducen matices, pero no me parece que el debate deba centrarse en el término sino en el contenido. Hablar de una extrema derecha o una ultraderecha, creo que subestima este fenómeno que ya estamos viviendo. Creo que esos nombres se relacionan con grupos minoritarios e ideologizados, y lo que yo he planteado aquí es otra cosa. Hablar de “nuevos fascismos” y no, “de nuevo el fascismo”; es intentar acercarse a la realidad pero sin las comparaciones con el pasado.


Ahondemos en las diferencias con los años treinta. El fascismo de Donald Trump, no busca disciplinar a la clase obrera norteamericana. Sus enemigos están en otro lado. Con bastante razón el escritor Dylan Riley (New Left Review) definió el proyecto trumpista como neomercantilista macho nacional. Yo le agregaría racista. Trump, independientemente de toda su verborrea en torno a Make América Great Again (un lema habitual de muchos líderes fascistas), busca el apoyo, principalmente, de los hombres blancos y después del resto. En las imágenes del asalto al Capitolio apenas se vislumbra una mujer o un negro. El escritor Mike Davis (New Left Review) lo ilustró con los siguientes datos. A Trump le apoyaron en las elecciones presidenciales del 2020 un 61% de los hombres blancos y un 55% de las mujeres blancas. Las mujeres negras solamente un 8% y los hombres negros un 19%. Las diferencias entre Joe Biden y Donald Trump no eran tanto por razones de clase, sino principalmente de género y raza (aunque claro está, el género y la raza también definen una posición social). Pero la apelación de Trump iba dirigida a todos esos hombres blancos que están “asustados” por la “invasión” de inmigrantes y por la “dictadura” de las feministas y ecologistas.


El fascismo “inconsciente” de D. Trump -- está basado en la restauración de los viejos valores de una República blanca y liberada del control del Estado. Es la utopía reaccionaria de las poblaciones del sur aderezadas con un anticomunismo visceral de las comunidades latinas de Florida. El Partido Republicano, su masa social, evoluciona en esa dirección pero no es un partido fascista sino ultraconservador. La tensión en los EEUU no deja de aumentar. En una encuesta, el 47% opina que el riesgo de guerra civil es realmente alto. En mi opinión esa variante no creo que aparezca en el corto o medio plazo.


Dos momentos históricos muy distintos


Efectivamente, hoy, pese a las turbulencias del siglo XXI, estamos en una situación política y económica que no es comparable con el período que comenzó con el estallido de la primera guerra mundial y el final de la segunda (1914-1945). En mi opinión el fascismo es producto de aquella época de conflicto entre la revolución y la contrarrevolución. La civilización capitalista entró en colapso. El riesgo, con una hipotética victoria del nazismo y del imperialismo japonés, significaba la integración al modo de producción capitalista del trabajo esclavo en amplias zonas del planeta y la configuración de una estructura social de castas y razas.


Hoy no estamos ante una crisis semejante, lo que no quita que afrontemos determinados desafíos y entre todos ellos, la emergencia climática. Por eso mismo creo que reducir el actual conflicto a “una guerra cultural” entre la izquierda liberal y las derechas reaccionarias, me parece un error. La lucha de millones de mujeres por la igualdad; de millones inmigrantes sin derechos; la lucha de los movimientos ecologistas contra los gobiernos y empresas negacionistas, la lucha de los colectivos LGTBI, trasciende a una “guerra cultural” entre una “izquierda woke” (término despectivo de las derechas) y los reaccionarios.


El momento que atravesamos no es el colapso del sistema pero el funcionamiento del capitalismo que, bajo el proyecto neoliberal, le había permitido otro período de acumulación y crecimiento, de desarrollo tecnológico e incorporación a la producción capitalista a una ingente mano de obra de Asia (especialmente China) y los antiguos territorios de la URSS; ha dado señales claras de encontrarse gripado.


En ese sentido, David Harvey, en su último libro “Crónicas anticapitalistas”, ha planteado que entre lo que él llama “giro autoritario” y el proyecto neoliberal, no existe una contradicción como viene señalando una parte de la izquierda que afirma que el neoliberalismo está herido de muerte. En mi opinión, una cosa es la crisis de legitimidad y otra muy diferente que nos encontremos ante una enfermedad terminal. Creo que los líderes fascistas como Putin, Trump, Bolsonaro, Orban, etc; encajan perfectamente en lo que yo considero que es la esencia del neoliberalismo: un proyecto exitoso que emergió para cambiar la relación de fuerzas entre las clases dominantes y las organizaciones obreras en los años 70 en Europa occidental y los EEUU.


El “giro autoritario” o la “oleada reaccionaria mundial” protagonizada por la pujanza de un nuevo fascismo, sumado a fenómenos similares en la India o Turquía y el ascenso económico y político del capitalismo de estado en China bajo la total dirección del PCCh; son escenarios más que preocupantes. La crisis de las democracias liberales y de las democracias occidentales en este contexto es una mala noticia. Al contrario del siglo pasado, la democracia liberal no está en medio de una colisión entre revolución y contrarrevolución, sino entre un modelo de sociedad capitalista (pero aceptando ciertos grados de derechos), contra un modelo que viene a destruir los avances sociales y democráticos de los últimos setenta años.


Hemos hablado de los demonios del pasado y los demonios del presente. Terminaremos hablando de los demonios del futuro.


Del negacionismo al fascismo ecológico


Como hemos venido diciendo uno de los puntos que sostienen los movimientos reaccionarios, más allá incluso de los fascismos, es el negacionismo climático. El cuestionamiento de que asistimos a un cambio climático antropogénico que se viene acelerando de manera vertiginosa en la última década. El negacionismo no es patrimonio de la industria del carbono, también lo es de numerosos grupos llamados libertarios, anarcocapitalistas, conspiranoicos o conservadores de diferente pelaje. Muchos de ellos se oponen a la ciencia vigorosamente como se vió en la pandemia con los movimientos antivacunas.


A pesar de ello el ecologismo ha ido ganando algunas batallas (pese a que no ha logrado la más importante que es la reducción de las emisiones de CO2). Entre las batallas ganadas, la que considero más importante es que se está logrando incorporar al sentido común de la población el hecho de que asistimos a un cambio o emergencia climática de consecuencias futuras imprevisibles (aunque muchas de ellas son previstas por los científicos). Esta nueva mentalidad colectiva nos hace albergar la ilusión de que todavía estamos a tiempo de cambiar las cosas. Pero ese sentido común no se ha transformado aún en lucha masiva. Creo que si perdemos la batalla para frenar las emisiones de CO2 y los daños irreparables en la Biosfera, nos adentraremos irremediablemente en lo que la comunidad científica afirma que ya estamos viviendo: la sexta extinción del planeta donde desaparecerán (o desapareceremos) una mayoría de las especies animales y vegetales que hoy conocemos.


El sentido de plantear así este problema es porque estos debates son muy necesarios. Existe un movimiento ecologista plural, progresista o anticapitalista. El negacionismo es una corriente a la defensiva pero aún muy numerosa. Crece también un ecologismo de tipo fascista que, lejos de negar el cambio climático, a lo que apunta es a una ideología selectiva (elitista y racista) que afirma que en este planeta no cabemos todas y todos. Y se prepara para escenarios apocalípticos donde las temperaturas del planeta suban hasta 3, 4 o 5º centígrados.


Pero esta perspectiva distópica no es una película ni una novela. Puede ser o no realidad (dependerá en gran parte de nuestras luchas y otros factores científicos o tecnológicos). Ya veremos. Lo que quiero plantear es que entre estos reaccionarios negacionistas y los fascistas ecológicos hay muchos puentes. Hay intereses de clase y coincidencias políticas. Hay una clara relación entre el supremacismo racial y machista actual, con la teoría de la selección del grupo elegido para un mundo con escasos recursos naturales y energéticos. Y al mismo tiempo que hay una relación entre presente y futuro, también la hay con el pasado. Los demonios del pasado nunca duermen. Cada vez que el género humano se aproxima al abismo de Helm surgen esos demonios.


Hay que acabar con ellos. La humanidad ya lo hizo en 1945. Estamos a tiempo. Frente a la desvalorización del humanismo y la destrucción de la Tierra; frente a la exaltación del odio y el nihilismo moral, podemos volver a la Ilustración. Podemos proponer que solamente un socialismo democrático, feminista y sinceramente ecologista, es la base para espantar a los demonios del pasado.


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