sábado, 13 de mayo de 2023

REFLEXIONES SOBRE EL COLAPSISMO


Angel Barón

Hoy día es difícil no saber que nuestra especie, los humanos, hemos dado la patada que desequilibra el bioma vivo del planeta tierra, el sistema que nos acoge. El centro de nuestra situación como humanidad está en el carácter de progresiva aceleración de nuestra catástrofe. Si algo nos explica el cambio climático y la crisis de la biodiversidad, es que estamos en cuenta atrás de un futuro distópico, que podemos contar como con un segundero repasando la lista de las sucesivas COP, que vamos a por la la !28!, y las cumbres de la biodiversidad, que se titulan "Acción urgente sobre la biodiversidad para el Desarrollo Sostenible". 2020, 2021, 2023. Y el reloj del capitalismo, la religión de la codicia personal por encima de todo, con su efecto de destrucción sin límites, y su inhumanidad declarada, no para. Lo tenemos metido en nuestra cabeza, al igual que cada día tenemos más plástico dentro de nuestro cuerpo, y en el aire que respiramos.

 Vamos camino de ser la especie que se suicida siendo consciente del carácter tóxico de lo que hace para ella misma, que crea una sexta extinción mientras mira para otro lado, que se sumerge en sus realidades imaginarias, metaversos, realidades inmersivas imaginadas, sueños, delirios y locuras varias mientras es incapaz de abrir un paracaídas en su caída libre.

Hace 175 años desde la redacción del Manifiesto Comunista, que se puede cifrar como un hito, una propuesta honesta de generar una sociedad a la altura del conocimiento humano. En 175 años estaremos en el 2200, y ya para el 2100 las previsiones hablan de un planeta desértico azotado por una meteorología extrema, mucho más envenenado de lo que lo tenemos ahora, y con una capacidad mucho más menguada de soportar la carga de nuestra agresión extractivista devoradora de recursos, con el mar al menos 1 metro más arriba, y una existencia mucho más miserable para nuestros descendientes.

Las proyecciones de los modelos del clima sobre como será una tierra con una temperatura media 4 grados más son terroríficas: deshielo de Groenlandia y la Antártida, subidas del nivel del mar de decenas de metros, inundando las áreas donde vive el 40% de la población mundial, como Tokio, Nueva York, Sevilla, Hamburgo, Shanghai, desaparación de países como Bangladesh, o Florida o el Yucatán, España convertida en desierto, toda ella como si fuera Almería, la selva amazónica y africana desaparecidas...

Para 2040, “la demanda media de níquel y cobalto se multiplicará por dos y cinco respectivamente”, dice la Agencia Internacional de la Energía. Lo mismo ocurrirá con el cobre. Y eso lleva unido que “para ciertos minerales, los precios han subido con fuerza desde la segunda mitad de 2020”.

El estado oceánico Nauru, una isla paradisíaca del pacífico destrozada por la extracción de fosfatos, patrocina el plan de la empresa canadiense The Metals (mediante la filial Nauru Ocean Resources Inc) para sacar nódulos con níquel, manganeso y cobre del lecho marino en una área de 74.000 km2 de océano entre México y Hawaii. Han calculado que hay 866 millones de toneladas de nódulos. La minería marina en altamar está permitida hoy día en aguas internacionales. Como son áreas marinas sin dueño nacional, los proyectos deben estar promocionados por algún estado. La minera canadiense asociada con Nauru también está aliada con otros dos microestados insulares del Pacífico: Tonga y Kiribati para proyectos similares y contiguos en la misma zona marítima “Nauru es el país que más va a perder con el cambio climático. Conseguir la reducción de emisiones necesaria para evitar los peores impactos es imposible sin utilizar metales. El desarrollo responsable de esta nueva industria ofrece una rara oportunidad para suministrar al mundo, con bajo impacto ambiental, los metales necesarios para las tecnologías que combaten el cambio climático”.

La inercia de lo que hemos creado nos empuja a actuar de inmediato. Cada día hay menos tiempo, hay una mayor degradación. En la revisión de los años 90 de ”Los límites del crecimiento” de los años 70, los autores recalcaban que los modelos del sistema mundo no se habían desviado mucho de sus catastróficas previsiones, aunque el planeta había superado ya la capacidad de carga del planeta para sostener a su población (1). Las soluciones que aparecían como condiciones imprescindibles para una gestión sostenible de nuestra relación con el planeta seguían sin adoptarse, ni paz mundial, ni gobierno/gobernanza mundial respetuosa entre humanos y con el planeta, ni fin del extractivismo, ni fin del uso desmedido de la energía. Ni entonces ni ahora. Pero resaltaban ya en 1992 (2) que las condiciones de equilibrio de la especie humana con el planeta se iban a dar, si se llegaba a ellas, en un entorno más degradado, y desde su informe inicial de 1970 recalcaban específicamente “el coste energético de su extrema movilidad” como agravante en la erosión a la que sometemos al planeta. Todo cuenta. El consumo energético de Internet, nuestro sistema de comunicación y almacenamiento el información representó en 2018 entre el 6 y el 10% de la energía eléctrica mundial (3), y sigue subiendo.

La pelea entre la/s propuestas sobre el Decrecimiento y el Modelo del Green New Deal ilustra las tendencias encima de la mesa, si basta con usar la tecnología y el conocimiento acumulado para evitar los efectos más perniciosos de nuestra actividad, en la que el coche eléctrico, las energías renovables y el cambio de fuentes de energía nos permitirán seguir con nuestro crecimiento para llegar a un equilibrio futuro sin cuestionar el sistema capitalista o es necesario un cambio de actitud radical en la manera en que nos relacionamos con nuestra base de existencia.

Pensando en 30, 50, 80 años vista, la polémica sobre la orientación política del Green New Deal, en el que en el mejor de los casos estamos, y la catástrofe que desglosa la constatación del decrecimiento como perspectiva está servida. Citamos “Pero en nuestra situación medioambiental presente/futura yo diría que el decrecimiento es inevitable. Podemos elegir lo que decrecemos, no si decrecemos.”

De hecho los analistas más serios del Green New Deal afirman que va a ser necesaria una fase de expansión de la agresión extractivista para poder poner en pie la infraestructura tecnología para escapar de nuestra dependencia de los combustibles fósiles. Ansia de Litio, Cobalto, Disprosio, Tantalio y un largo etcétera, extraibles mediante el uso intensivo de energía y de combustibles fósiles.

El drama nace de que los niveles de agresión de capitalismo extractivista, necesitado de encontrar nuevas áreas de generación de plusvalía para aumentar su crecimiento y generar ganancias para los inversores ha roto las cadenas naturales de abastecimiento dentro de los ciclos naturales, en base a un incremento de los niveles de energía en la generación de cada mercancía, a su deslocalización en tiempo y en lugar, y que las alternativas que serían armónicas con el planeta no parecen viables. Están muy lejos de nuestra vida cotidiana, precisamente por la generalización del triunfo del capitalismo, que está hoy más vivo que nunca, llevándonos hacia una extinción de especies y un cambio radical que no sabemos donde dejará nuestra supervivencia. Aun en el caso de que paráramos y dejáramos de emitir, la inercia de lo que hemos hecho hasta la fecha llevaría a nuestra coexistencia con el planeta vivo en el mejor de los casos a una convalecencia que duraría siglos.

Y confiar en la tecnología, a la que se le refuerzan las potencialidades, como en la espera en que la fusión nuclear resuelva el desaguisado, es puro pensamiento mágico, pretensión de convertir deseos en realidad. Por medio nos olvidamos de los plazos de desarrollo, de los condicionantes de como se crea, de la inercia de los sistemas existentes, y de que el problema es el tamaño de la huella energética de la minoría de la humanidad cuyo modo de vida es el problema. La huella de carbono de un yanomami de Guyana, de un san del Kalahari, o un pescador en Oceanía no es el problema. No son los excluidos, los marginales, los pobres, los causantes. Al socaire del Green New Deal van a aparecer una miríada de soluciones, la inmensa mayoría basadas en alta tecnología. Gran parte de las energías renovables en implantación ni son sostenibles, apenas se reciclan bien, tienen tasas de retorno energético bajas (cociente entre energía producida a lo largo de su vida útil y energía necesaria para ponerla en pie) y son dependientes de los combustibles fósiles en su generación y en su funcionamiento. Hay que mover muchas toneladas de tierra para hacer un panel solar y como no son gestionarles, dependen del viento o del sol, necesitan sistemas de respaldo, en general de energía fósil, para poder ser operativas. Según los expertos, es complicado pasar del 30/40 % de generación eléctrica renovable. Y sólo el 20% de la energía es eléctrica. El 80 % es carbón, gas y sobre todo petróleo en usos difícilmente electrificables, como minería, transporte aéreo y marítimo, construcción y un largo etcétera.

Esos datos nacen de las simulaciones de sistemas de proceso computerizado de datos a alto nivel: la simulación de los sistemas mundo, que cada día son más completos, están más afinados, y cuya fidelidad se refuerza con el tiempo. En su proyección tienden a construir un modelo central a través de la recursividad y el afinado.

Estos sistemas alcanzaron un rápido desarrollo con la aparición del libro “Los limites del crecimiento”, que en los años 70 marcó a la generación de 1968 y se convirtió en uno de los libros icono del movimiento ecologista. Los sistemas de simulación extraen ya hoy sus datos de la red, son parte del conocimiento difundido por la red, y nos permiten un proceso decisión mas rápido. Son una herramienta que nos va puede ser muy útil para dejar de hacer cosas nocivas, y para comparar resultados. La climatología y sus avances son un ejemplo. Imaginemos un sistema vivo de recogida de información meteorológica ligado por ejemplo a los teléfonos móviles y recogida distribuida a partir de diversos dispositivos. Hay un largo camino de mejora y afinado.

No es posible el crecimiento continuo en un planeta limitado. Cada vez es más claro que estamos superando muchos límites ambientales, por lo que la única estrategia que parece viable a medio y largo plazo es la del decrecimiento. No hablamos de un concepto en negativo, sería algo así como cuando un río se desborda y todos deseamos que ‘decrezca» para que las aguas vuelvan a su cauce. Cuanto antes seamos conscientes de la necesidad de desprendernos de un modo de vida inviable, más posibilidades tendremos de un mejor nivel de coexistencia entre humanos y planeta.

Pero lo que se le reprocha a la corriente decrecentista es la poca profundidad de sus alternativas, lo poco que se debate al día de hoy. Según sus críticos no ha hecho mas que marcar generalidades, y es patente su dificultad para plantear alternativas políticas concretas que puedan conquistar la simpatía de la población urbana. Vender como expectativa sangre, sudor y lágrimas, no es un programa político para ganar contiendas electorales.

Y falta desarrollo. Falta saber que es lo que podemos mantener de nuestra civilización en el modelo decrecentista. Cuanto estado de bienestar, cuanto acero, cuanto cemento, cuanta maquinaria pesada, cuantos aviones, cuanto plástico soporta el planeta. No es un plan teórico, es un límite que hay que establecer para que sea posible. Porque dentro del nivel de tensión al que los humanos sometemos al medioambiente está el que necesita el nivel básico de supervivencia de nuestra especie, en el que está la alimentación, la salud, la vivienda y la educación, y el aparataje de comunicación, transporte y organismos de ordenación social y gestión necesarios. Nuestra realidad capitalista, a pesar de su desmesura en la agresión al medio, no es capaz de garantizarlo para los 1400 millones en pobreza extrema, ni para los 900 millones que sufren hambre, ni para muchos otros.

Como escribió el poeta “O todos o ninguno. O todo o nada. Uno sólo no puede salvarse.” Es totalmente inviable una solución basada en una red de refugios rurales autosuficientes. Cuando la población rural decrece a toda velocidad en todo el planeta, la apuesta por el ruralismo frente a la ciudad es una vuelta al mundo de las ideas, desistiendo de abordar la necesaria naturalización y transformación de la ciudades. No es posible la nueva arcadia rural imaginada por teóricos neorurales, lo esencial es que la succión que ejercen las ciudades sobre los bienes del resto de la biosfera sea lo más armónica, equilibrada y sostenible. Toda autonomía frente al sistema mundo es limitada: Las zapatillas de goma, hechas de petróleo llegan a las selvas más alejadas, el plástico y la basura se encuentran en los espacios naturales, en los lugares más inhóspitos y alejados, los microplásticos están en los hielos de la Antártida. Nuestro sistema mundo, creado por nuestra especie, no ha cesado de hacerse más complejo a lo largo de la historia, de hacerse mas interconectado, de sincronizarse. Podríamos cambiar el símil del aleteo de la mariposa cambiando el clima terrestre al aleteo de la mariposa cambiando la capitalización de la bolsa. De hecho, los cambios del clima influyen en la expectativa de las cosechas, y los futuros sobre las materias primas responden subiendo o bajando. Detrás del planteamiento neorrural está la desconfianza en que seamos capaces de construir una solución inclusiva para el conjunto de la humanidad. No es posible una red de comunidades de baja tecnología autosuficientes con la dimensión que tenemos como especie, somos 50 por km2 de tierra emergida, incluyendo la Antártida.

Ser consciente de la necesidad del decrecimiento trae aparejado una manera diferente de medir el valor de las cosas que manejamos, en base a su valor de uso y poniendo su coste en energía, biodiversidad y carácter circular, reponible, como elementos centrales de su precio. Al abrir el ordenador Microsoft publica anuncios de como realizar una vida ecológica con moda ecológica o productos biodegradables. Pero la primera medida de ecología es evitar el despilfarro. Y el coste en energía, en residuo no reciclable, y en erosión de biodiversidad de cada elemento de nuestro aparataje de vida y vestido no está socialmente visible, está oculto en su precio, y hace falta un largo esfuerzo individual para considerarlo en cada paso de consumo diario.

Las vías de acabar con el fetichismo de la mercancía pasan por asumir la realidad del ciclo de vida de las cosas. Pasan por la conciencia de los procesos reales, frente a la lucha por la apropiación de lo escaso, y por limitar el juego del mercado asignando lo más caro al más poderoso. Y pasan por traer al presente del precio de cada mercancia el pasado del coste de generación y el futuro del coste de su reintregración al circuito natural. Se trata de no externalizar, no esconder. Y esa es una de las funciones de los organismos públicos ante los mercados. Acercarse al valor real de los procesos, no traspasar los problemas a los nietos, pagar por lo que se envenena, pagar por lo que se destroza, poner un precio real a las cosas, cambiar los precios según se va sabiendo más, prohibiendo lo que no se debe. El que en el coste de la energía nuclear no se incluya el coste de almacenamiento y retorno a los ciclos naturales de los residuos que genera, que si retrotraemos su coste futuro a valor presente nos daría un coste prohibitivo nos muestra el nivel de locura en el que estamos inmersos, despreciando a las generaciones futuras y al entorno en que habitamos y avanzando ciegamente hacia la degradación.

El proceso de tomar conciencia, de ser consciente va por detrás de los actos que provocan su despertar. nace de la reflexión sobre la violencia vivida o vista, de la empatía hacia lo desaparecido o destrozado, hay una relación de enfrentamiento y de refuerzo del cambio en los valores al cambio en el comportamiento. El avance de la conciencia humana pasa por los cambios en la valorización de las cosas y los actos de cada uno, por cambios morales concretos. Pasa por cambiar los precios de las cosas y los servicios, por la batalla por sacar del mercado lo que no debe estar en él. La afirmación de los valores generales,universales debe ilustrar la actividad de los poderes públicos sobre el mercado. Hay poco recorrido para reacciones locales de ordenación de la realidad internacional de los mercados, que fijan precios en oscilaciones a nivel del planeta. No existe ningún tipo de solución que no sea internacional, y todo avance se consigue de forma mediada, parcial, con idas y vueltas. Toda vuelta a un nacionalismo no cultural, no híbrido es una regresión.

Debemos dar un salto en nuestra gobernanza. Cuantas más cosas colguemos de organismos internacionales saltándonos el localismo nacionalista mejor. El ejemplo de la construcción de la Unión Europea es ilustrativo, es un paso. Pero son pocos, van despacio, y no nos sacan de las malas decisiones del sistema. Todos los pasos que demos en previsión de lo que se viene encima son pocos. Y cuanto antes decrezcamos en nuestra vida cotidiana, cuanta menos energía gastemos, mejor.

Una componente esencial de la conciencia humana individual es el propio registro de los diferentes entornos que cada vida particular de cada uno recorre. Es un elemento común de nuestra animalidad, de nuestra realidad de seres vivos. Una comparativa individual, no solo con cualquier perro, gato u otro primo vivo, aun con los mas cercanos, sino entre los humanos, que podemos transmitirnos la idea, nos hace ser conscientes de cuanto tenemos que decrecer, que desacelerar, cada uno de nosotros, seres caminantes, que vivimos cual charranes árticos, que vuelan todos los años de polo a polo. Vivimos enchufados a la extracción y al despilfarro de energía para soportar nuestra extrema movilidad. Un acuerdo en acomodar nuestra movilidad hasta la bicicleta y una decidida promoción del transporte público son medidas inmediatas, pero el fondo del asunto llega más allá. Tiene que ver con las cuentas individuales de cada uno. La política debe invadir las vidas personales. Es necesario ser educados, ser reprimidos para conocer los límites, limitarnos en nuestras locuras infantiles de adultos, serenarnos. Somos seres paseantes, nómadas, no lo olvidemos. Los pueblos primitivos no se mueven de su territorio como hacemos los urbanos enganchados al sistema capitalista concreto, en el que estamos inmersos y hemos perdido nuestra autonomía. Llevar la cuenta del gasto energético, de la huella de carbono de nuestros actos, valorar que transporte usar, cuando viajar, a qué velocidad conducir el vehículo, siendo conscientes de cada acto nuestro cuenta más o menos en el reloj de la enfermedad de nuestra coexistencia con la tierra,con nuestra madre, nuestro soporte. Los seres humanos hemos abierto la caja de Pandora, y hasta hemos buceado dentro de la caja, inventando mundos, pero no sólo nuestra relación con el planeta madre está enferma: nosotros estamos enfermos, debemos sanar. Y la salud pública, la promoción de la salud, forma parte de este asentamiento, de este parar, decrecer, frenar, que nos impone el efecto de nuestro uso de la tecnología, y que sitúa la clave en la coexistencia, coexistencia entre nosotros y con nuestro entorno.

La renaturalización de la ciudades es un proceso necesario, de recuperación de lo que no se debió perder. En 1850, París tenía un 50% de territorio no edificado. Era mucho mas resiliente ante una catástrofe en el suministro de alimentos que hoy día. La red viaria de comunicación y la red de urbes deben renaturalizarse para poder tener futuro y bajar la presión en le consumo de energía, volvemos a la cuenta de cuanta energía gasta en su vida un millonario con avión privado, un turista medio, un yanomami de Brasil o un gusano cualquiera, y cuanto soporta el medio. En lo individual, es algo a promover hasta que sea parte de la educación más primaria de cada ser humano. Además, el control social del uso de la energía es una de las posibles claves de supervivencia de nuestra red neuronal civilizada, pues se trata de ir levantando el pie del acelerador del calentamiento que no para de incrementar nuestro crecimiento tecnológico. Al desarrollo del actual modelo de “capitalismo verde” se le debe medir la temperatura, cono se hace a un enfermo. Y a esa temperatura contribuimos todos, sin ninguna duda. Dividiendo el gasto en energía, en erosión de la biodiversidad entre los 8000 millones de nuestra especie, una buena pregunta es cuantos humanos tienen balance de gasto energético y mantenimiento del planeta positivo, cuanto estropean lo que estropean menos, donde está la raya. La gestión del reparto de la huella de carbono individualizada es imprescindible para una civilización humana resiliente.

La red mundial de comunicación e información es un buen soporte de control social. Es necesario modelizar los posibles futuros distópicos como se hace para salvar los mercados. Una sociedad con contabilización pública y personal del gasto individual de nuestra huella en el planeta, podría permitir una coexistencia social entre humanos y con el planeta. Sólo sería posible desde la democracia más profunda, desde la autonomía individual y social y el más amplio respeto libertario, en permanente conflicto. Siempre es avanzar en derechos. Un estrecho horizonte en un mar de futuros distópicos.


(1) Más allá de los límites del crecimiento, Donella Meadows 1992. El programa corrió en 1971 en uno de los ordenadores más potentes de la época, en 1992 en un PC. Un teléfono móvil de hoy tiene un potencia de proceso cientos de veces superior.

(2)Graham Turner, de Commonwealth Scientific and Industrial Research Organisation de Australia, quien en 2008 publicó un artículo donde comparaba las predicciones de Los límites del crecimiento con la realidad ocurrida en los posteriores treinta años. Y se encontró que los cambios en la producción industrial, la producción de alimentos y la contaminación estarían en línea con las predicciones del libro sobre un posible colapso económico y social en el siglo XXI.

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